domingo, 1 de diciembre de 2013

Caleufú, La Pampa: En la plaza del pueblo (20 de julio de 1994)

Caleufú, La Pampa: En la plaza del pueblo (20 de julio de 1994)
por Dr Roberto Banchs
Crédito: Visión OVNI



Bernardino Cabrera.
“Delirio, alcoholismo”. He aquí el diagnóstico presuntivo asentado en la planilla diaria de guardia del Establecimiento Asistencial Luis A. Petrelli, de Caleufú, Pcia. de La Pampa, adonde concurrió en la madrugada del 20 de julio de 1994 Bernardino C., un peón rural de 34 años de edad. De algún modo, este preliminar dictamen médico -luego moderado con la añadidura de un signo de interrogación, y con las declaraciones públicas del facultativo-, inauguraba la difusión de un suceso ocurrido horas antes, cuando el susodicho habría sido introducido a una nave espacial, en cuyo interior le habrían extraído sangre y mantenido un corto diálogo “sin hablar” con extraños seres.

El relato periodístico:

Según la versión publicada un mes después (cuando trascendió la noticia) en el diario La Arena, de Santa Rosa, el protagonista de esta historia se dirigía en la madrugada del miércoles 20 de julio desde su casa hasta el centro de Caleufú y cuando se disponía a cruzar los terrenos del ferrocarril, advirtió una potente luz, con algunos colores rojizos, que se le aproximaba desde arriba. Se trataba de una nave. De ella descendieron por lo menos dos seres gigantescos y luego de perder el conocimiento, lo habrían introducido al aparato, donde había una especie de camilla en la que le extrajeron sangre.

Bernardino habría afirmado que le pidió a los seres que no lo mataran y éstos, con gesto benévolo, le transmitieron que “sólo había sido elegido para extraerle sangre” y que no le harían ningún daño. El testigo pareció quedar complacido. Después de todo, a despecho de los humanos, que unos extraterrestres lo hayan elegido para extraerle algunos litros de sangre, era motivo de satisfacción. Los seres no hablaban, pero él comprendía lo que le decían. En el corto diálogo que mantuvo, con proverbial sabiduría, le manifestaron que si deseaba contar su experiencia podía hacerlo, aunque “algunos le creerían y otros lo tomarían por loco”.

Luego de la extracción de sangre, y de acuerdo al relato de algunos familiares (un hermano y la cuñada) al programa televisivo Primer Plano, que emite canal 3 de Santa Rosa, el testigo fue depositado en plena plaza pública de la localidad de Caleufú, enfrente de la comisaría, desde donde se trasladó al hospital local, siendo atendido por el médico de guardia, Juan Alberto Breppe. El facultativo expresó en la audición televisiva que Bernardino C., al momento de ser revisado, no presentaba signos de ebriedad, ni pudo constatar anormalidad alguna.

El subcomisario Felipe Exner confirmó la versión, señalando que “es un joven trabajador de condición humilde, no tiene mucha cultura, pero no es una persona de mal vivir”. Sin embargo, agregó que en el pueblo la gente tomó el tema con escepticismo y que todos comentan, con suspicaz exclamación: “¡Justo a él lo van a agarrar!”. Hasta la misma familia de Bernardino parece guardar ciertas sospechas respecto a la veracidad del caso.

No obstante lo dicho y su amplia divulgación, el protagonista no pudo ser localizado por los medios periodísticos, pues se habría trasladado a General Pico, dejando entrever que “no quiere volver a la zona”, sin llegar a determinar si es por la experiencia vivida o por los comentarios generados en el lugar.

La investigación

Llegamos a Caleufú, Dpto. Rancul, al norte de la provincia de La Pampa, tras recorrer unos 600 kilómetros, por carreteras cada vez menos transitadas. Se trata de un pueblo que se insinúa al olvido, asomando como fantasmas los vestigios del ferrocarril, con su vieja estación abandonada. Un descampado de pastos crecidos y una huella estrecha une ambos lados del pueblo. El único hotel, de añosos ladrillos, se erige como recuerdo de tiempos mejores. Sólo algunas calles conocen del asfalto, precisamente las más céntricas, en torno a la pulcra plaza San Martín. Sus polvorientas calles de tierra están aquietadas por la fina lluvia que cae, y nos recibe. Escenario donde se habrían desarrollado los hechos.

En la entrada del pueblo se encuentra una despensa. Allí detenemos nuestra marcha. Preguntamos por el protagonista y, con miradas que se cruzan y algún esfuerzo, una mujer nos dice: “¡Ah, ya se quién es, el que se lo llevó el viento!”. Todos parecen asentir. “Es que permanece mucho tiempo en campos de la zona”, agrega. Por un momento, recordamos a W. Wentz con sus narraciones célticas acerca de la evocación de los gnomos y el modo en que las hadas podían llevarse a las personas (Cfr. J. Vallée, p.123), pero el sentido de la expresión utilizada era mucho más prosaico y vulgar.

Nos dirigimos entonces a la Comisaría de Caleufú. Allí nos atiende y conversamos con su actual comisario. El funcionario policial define al protagonista del caso como “un alcohólico, que convive con una enferma psiquiátrica (Estela S.)”. A veces, ella concurre a la comisaría denunciando ciertos intentos de abuso sexual, hostigada por su compañero bajo amenazas, pero cuando se hace presente la policía, suele hallarse dormido. Omitiendo otros pormenores, esto empieza a perfilar su conducta.

La policía no acredita en la historia. Los comentarios de un suboficial que intervino en el caso abonan la duda de que el OVNI haya podido bajar en la plaza principal, porque “no hay donde pueda hacerlo -dice- y, además, habríamos notado la presencia del aparato”. En efecto, la plaza es muy cerrada debido a la vegetación y un edificio municipal, y el lugar donde habría aparecido tras su presunta abducción se halla, precisamente, ¡frente a la comisaría!

De allí vamos a la casa de Florencia, la madre del protagonista. Mujer paciente, de llana simpleza. Sosteniendo un cigarrillo entre sus ennegrecidos dedos, opina: “Yo no creo lo que le pasó. Pero él dice que le ocurrió. Vaya a saber…”. Sin pruritos, aunque con la mirada cabizbaja, reconoce que el problema de Bernardino es que bebe mucho, aunque no cuando trabaja. Su hijo le contó que “los seres prometieron que al año volverían a buscarlo (es decir, en julio de 1995), pero que también lo traerían de vuelta”. Allí advierte que ya pasó la fecha indicada (es abril de 1996), sin novedades. Ese día es su cumpleaños. También el de su hijo. Es feriado y Bernardino no está en el pueblo. Ella seguirá esperando durante toda la jornada.

De la reunión de amigos

Siguiendo las indicaciones pueblerinas, fuimos a ver a Santiago Omar Moreira, dueño de la finca donde Bernardino alquilaba una habitación y con quien esa noche, momentos antes de la presunta abducción, había estado reunido.

Verborrágico y amable, Moreira opina sin rodeos: “¡Éste fue un papelón bárbaro, son todas mentiras, es un embuste!”. Señalando una precaria construcción en medio de pastizales, ubicada a unos ochenta metros de su vivienda, comenta: “Estábamos juntos ahí. Él anduvo tomando ahí, en la casita, cerca de donde habría sido levantado por el plato volador. Estaba mamado (ebrio). Siempre que se mama se pierde. Le hace mal, e inventa cualquier cosa. A las 11 u 11,30 de la noche se fue, y es cuando dice que lo habrían levantado acá, que (el plato) se había asentado ahí en la calle, pero no hay nada. Dónde va a bajar, si está lleno de cables. ¡Un papelón! Aparte, si hubiera andado un plato volador se hubiera sentido”. El sitio donde dice haber sido raptado, se encuentra en la calle Moreno, casi esquina Bme. Mitre, frente a un extremo del galpón nº 2 del ferrocarril, cuyas vías corren paralelas a la citada arteria. “A esa hora -continúa diciendo- anda mucha gente que va y viene, que está levantada. Hubieran visto, pero nada vieron. Para mí, es una mentira que inventó, y que se ha largado a contar. Para él fue eso, y se ha quedado con eso, nomás. Después no habrá querido dar marcha atrás, porque quizá lo mandan adentro, y sigue. ¡Acá todos lo saben!”.

El vecino de Caleufú ofrece más detalles: “Al otro día, por la mañana, le digo que se levante, y me responde que no podía, por el brazo. ‘Me agarró un plato volador -dice-, me sacaron sangre’. Decía que le sacaron un bidón de sangre, ¡bidones nomás, como de treinta litros!, ¿tendrá un tanque?, pensé. Andaba con el brazo duro, pero no quiso mostrarme el pinchazo. A nadie de aquí se lo mostró. ¡Eran todas mentiras! Es que cuando toma se pierde. Inventa cualquier cosa, porque se olvida la cabeza”, insiste.

Apenas concluida nuestra charla con Moreira, vamos hacia la casilla donde habían estado reunidos. Allí vive Carlos Fabre, hombre educado y sereno, también presente en aquella reunión. Haciendo un alto en sus tareas, le pedimos que nos cuente lo ocurrido. Lo hace de esta manera:

“Bernardino estuvo acá esa noche. Éramos sólo tres muchachos los que estábamos en la pieza. Él estaba tomado (alcoholizado) y de acá se fue con sueño. Nada pasó, hasta que al día siguiente contó que al irse y llegar hasta el poste de la calle (se trata de una columna de madera para cables eléctricos ubicada a unos 60 metros, enfrente de la finca de Moreira) le salió un plato volador, y que se detuvo. Después el plato lo bajó, con puntería, allá en la plaza, je”. Sin disimular lo risible del relato, Fabre hace referencia a la Plaza San Martín, distante a 500 metros. “Decía que tenía un pinchazo, pero no sé, porque el pinchazo no está, no lo he visto. Según él, dentro del plato una enfermera de blanco le metió unas agujas en el brazo para extraerle sangre, y le sacaron como veinte litros, ¡más que a una vaca! Pero, para mí, el plato volador que vio se lo ha llevado de acá, je. ¡Es que estaba tomado…!. De cualquier forma -continúa-, nosotros tendríamos que haberlo visto, porque estábamos en la piecita, con la puerta entreabierta, y de acá se tiene que ver. Pero yo no he visto nada. Bernardino es un tipo trabajador y todo, pero creería que fue por el vino que se le subió a la cabeza”, concluye Fabre.

El desenfado visto en la narrativa de S.O. Moreira y C. Fabre, personas allegadas al protagonista de la historia y presentes junto a él en los momentos previos de su abducción, nos muestra con crudeza sus impresiones. Insoslayables al tiempo de examinar las circunstancias en que se produce el fantástico evento.

Entrevista con el médico Juan A. Breppe

El director del Hospital Luis A. Petrelli, de Caleufú, doctor J. A. Breppe, nos introduce en el tema comentando que había llegado al pueblo con el propósito de radicarse exactamente un mes antes del episodio. No conocía a nadie. “El 20 de julio de 1994, siendo las 5,00 horas de la mañana -empieza a narrar-, se hace presente en el nosocomio el señor Bernardino Cabrera, de 34 años, manifestando haber sido llevado o secuestrado por un objeto volador. En esas circunstancias, afirma haber sido súbitamente encandilado. Unos seres petisos de cabeza grande lo suben a una nave y, en su ingreso, advierte que se encuentra en una sala similar a un consultorio médico, o laboratorio químico, donde le sacan sangre. ¡Litros de sangre, según dice, como un bidón de veinte litros!”

El médico miró con escepticismo a su paciente, y le preguntó qué andaba haciendo a esas horas, obteniendo como respuesta que “había estado en una reunión de amigos comiendo un asado, y como era costumbre, dormía en la casa de su novia, o en la de un vecino de apellido Moreira -donde alquilaba una habitación- aunque, a veces, se iba a dormir a Buenos Aires”. Esto le llamó mucho la atención, despertando mayores sospechas, porque la ciudad capital se halla a más de 600 kilómetros de Caleufú.

Aún cuando se mostraba seguro y visiblemente aterrorizado, sus respuestas le hicieron pensar que se trataba de una persona que podía estar alcoholizada, o con algún tipo de delirio. Siguiendo con el interrogatorio, Bernardino sostuvo que la nave lo dejó en la plaza del pueblo. Al lograr bajar, más o menos orientado, se dirigió hacia el hospital, solicitando una consulta médica por la desmesurada extracción de sangre y al miedo que tenía de marearse.

“En ese momento, ante la revisión general, corporal, -continúa el doctor Breppe-, no encuentro signo alguno de pinchazos, pero él continuaba manifestando que le habían sacado esa sangre, del brazo izquierdo, con una gran aguja que no le dolía cuando entraba. Se encuentra con los signos vitales normales (presión, pulso, latidos y reflejos). No había ningún tipo de alteración. Le hago un diagnóstico presuntivo de delirio o etilismo, y lo cito para ese mismo día a las nueve de la mañana (unas tres horas después) a fin de efectuar un control médico, al cual nunca concurrió”. Jamás volvió a saber de él, salvo haberlo visto deambular por el pueblo. Sin poder llegar a solicitar una interconsulta, o practicarle un estudio que arroje resultados más precisos, cerró aquella presunción diagnóstica con la añadidura de un signo de interrogación

“Después, el personal de la institución, y todos aquí -comenta el facultativo- me dijeron que se trataba de un paciente psiquiátrico. A pesar de que la versión era bien sostenida y que consistía en mi primera experiencia (ufológica), pensé que era un delirante”. Sin embargo, con posterioridad algo le llamó la atención, haciéndole surgir una duda: “Esto ocurrió 18-19 días antes que se produjera la muy comentada estampida de animales en la zona (n: sobre la cual se tejieron variadas lucubraciones, algunas relacionadas con OVNIs). Porque si no fuera así -concluye el abnegado profesional-, creería sin cavilaciones que se trata de una fabulación”.

Otros datos médicos -que constan en su historia clínica-, complementan nuestra indagación sobre el protagonista del extraño caso. Por ejemplo, en 1987 tuvo un intento de envenenamiento en estado de etilismo agudo, según relato de sus familiares, por una ingesta de queroseno, pintura y champú. Meses más tarde, ingresa al hospital después de ingerir algunos centímetros cúbicos de perfume, luego de una abundante ingesta de alcohol. Tras estar internado, se le concede el alta médica con indicación de interconsulta con psiquiatría.

Después de haber reunido este conjunto de informes y opiniones, es claro advertir que son varios los aspectos de la vida de Bernardino C. que levantaron dudas sobre su estabilidad y ajuste social. No obstante, creímos conveniente verificarlo personalmente

Nuestro encuentro con Bernardino Cabrera

Desafortunadamente, en el primer viaje a Caleufú no fue posible entrevistarnos con el testigo, ya que -al parecer- no se hallaba en esa localidad. Transcurrieron dos meses antes que pudiéramos regresar y, por fin, encontrarlo. Era hora cercana al mediodía. Aún no había almorzado, pero Bernardino ya estaba en pleno vermú.

Al exponerle el motivo de nuestra visita, nos sorprende diciendo que está ocupado, y que para hablar con él, había que llamarlo por teléfono una semana antes para solicitarle una entrevista (!!), pasando a preguntar de inmediato por tres chicas, mujeres jóvenes, de Santa Rosa -no da sus nombres- que habían quedado en ir a verlo (??). Con cierto aire de lucimiento, e intentando mantener el equilibrio, nuestro aspirante a gallardo testigo se apuesta contra una pared. Manifestando nuestro asombro por disponer de tal tecnología, ya que actualmente vive en una precaria casilla, responde con algún titubeo que deberíamos telefonear a un familiar. De inmediato vuelve a preguntar: “Entonces, ¿ustedes no son…, de las chicas? Ellas quedaron en verme”, murmura por lo bajo.

Haciéndose notar requerido y molesto, descarga sus tensiones con golpes monótonos contra un viejo vehículo estacionado. Histriónico, tapa sus oídos con ambas manos -como no queriendo escuchar- cuando le preguntamos por el caso. Sin embargo, se muestra muy interesado y solicita ver los recortes de prensa donde se lo cita, hallando inocultable placer al advertir su nombre en los diarios.

Dice ponerse mal cuando cuenta lo ocurrido, aunque asegura tenerlo muy presente. A pesar de la resistencia inicial, no hace falta insistir demasiado para que acceda brindar un fragmentado, contradictorio y -por veces- confuso relato.

Parece poco probable que su contenido, descrito anteriormente en líneas generales, vaya a contribuir al esclarecimiento del episodio, aunque convenimos citar algunos puntos salientes de su nueva narrativa:

1) El caso no habría ocurrido el miércoles 20 de julio, sino -según afirma- el lunes 18, negando así lo expresado oportunamente ante la policía, el médico, y vecinos del pueblo.

2) No fue en la plaza pública de Caleufú donde habría sido dejado por los supuestos extraterrestres, sino, prácticamente en el mismo lugar de la abducción, a diferencia de lo que siempre hubo manifestado.

3) Según Bernardino Cabrera, el médico de Caleufú no le practicó examen alguno (“el médico ni me tocó, y quería darme una pastilla para dormir”, dice), al contrario de lo que señala el facultativo en ocasión de ser consultado sobre el episodio.

4) Asegura que los seres, al extraerle sangre, le dejaron una marca claramente visible. Aunque siempre remiso a exhibirla, en esta oportunidad y sin requerirlo, el protagonista nos mostró una cicatriz de unos tres centímetros en el antebrazo izquierdo, que -ni remotamente parecida a la ocasionada por pinchazos- él atribuye a la citada extracción de sangre (curiosamente, similar a otra que presenta cerca de la muñeca, sobre la que no da explicación). Sin embargo, recuérdese que cuando fue inspeccionado por el médico J. A. Breppe horas después del episodio, no tenía ninguna señal.

5) Afirma que tras producido el encuentro, y desde entonces, tiene problemas de tipo sexual. Sin ánimos de aventurar una explicación, no sería ocioso mencionar que dichos trastornos son frecuentes en sujetos alcohólicos, llegando al punto de anular la sexualidad genital, iniciando una profunda regresión, en la que especialmente impulsos pregenitales pasan a primer plano.

Los datos obrantes y la observación psicoclínica del testigo permiten advertir el peso de una estructura psicopatológica. Presenta una constitución cicloide, tendencias agresivas o irritables, cierta debilidad yoica (incapaz de soportar la abstinencia, el dolor, la espera), y un carácter dominado por los instintos, cuyos deseos aparecen con frecuencia encubiertos en la fantasía. Posee rasgos esquizoides y depresivos. Es posible constatar una fijación oral y características narcisistas con fuerte intolerancia a las tensiones, y frustraciones de su entorno. Sus mecanismos usuales son la fuga y la evitación, frente a la imposibilidad de enfrentar situaciones que lo lleven a resolver sus conflictos por una vía más madura.

Puede inferirse una predisposición a reaccionar a los efectos del alcohol, intentando satisfacer su arcaico anhelo oral y la necesidad de seguridad y de conservar la autoestima.

Consideraciones finales

La investigación nos ha llevado a indagar distintos aspectos de la personalidad de Bernardino Cabrera, la cual pone en evidencia que se trata de un sujeto con una patología psiquiátrica de base, mostrando un severo trastorno de conducta, en el que la ingestión excesiva habitual de alcohol acompaña el cuadro de deterioro de su salud mental y ajuste social. Al respecto, no sería vano determinar si existe un compromiso orgánico del sistema nervioso y efectuar un diagnóstico diferencial.

Desde luego, su padecimiento no alcanza a “explicar” por sí mismo el hecho descrito, pero arroja inexorablemente un manto de sospecha sobre la probidad del testimonio ofrecido. Aún más, si aceptamos que esa noche, momentos antes de ocurrir la abducción -según lo expuesto por sus dos amigos-, el testigo se había retirado en estado de ebriedad. Como es sabido, los signos conductuales de la intoxicación se deben al efecto depresor del alcohol sobre el sistema nervioso, que actúa como un anestésico general, produciendo un desarreglo de las funciones normales del cerebro (v.g., una concentración de alcohol en sangre del 0,40%, tiene como efecto percepciones erróneas, estuporosas o comatosas).

No se trata de sostener que un sujeto que haya bebido gran cantidad de alcohol -por razones sociales u otras-, en una ingestión episódica excesiva, alucina platos voladores (aunque posible de ocurrir). Aquí nos hallamos, en cambio, con un cuadro que revela el trasfondo de una personalidad sufriente, en donde se activa un conjunto de factores determinantes (socioculturales, familiares e individuales) que son, con frecuencia, los que impulsan aquellas visiones fabulosas.

Así, pues, el recorrido crítico de esta investigación permite inferir que el episodio narrado no tiene ningún asidero con la realidad. No escapa a pensar, incluso, en una flagrante superchería. Puede desprenderse con facilidad que Bernardino Cabrera no es, precisamente, lo que suele llamarse un testigo calificado, aunque -como dicen los creyentes- “no haya parámetros conocidos en ninguno de los casos registrados en el mundo, respecto a la selección de testigos”. Pero, más allá de su discutida calidad como testigo, el relato no ofrece la mínima consistencia y, por el contrario, posee muchos puntos oscuros, absurdos y contradictorios.

Una de las razones -sino la única- que pareciera respaldarlo o, al menos, hablar a su favor, es que el Dr. J. A. Breppe, procediendo al control médico rutinario no observó alteraciones significativas, como signos visibles de alcoholismo (aunque recuérdese que nuestro testigo se ausentó cuando fue requerido para un nuevo examen). Sin embargo, debemos hacer notar que Bernardino se habría retirado de la reunión de amigos en presunto estado de ebriedad a eso de las 23-23,30 horas, apareciendo por la guardia hospitalaria recién a las 5,00 de la mañana. Vale decir que hubo un período de cinco o seis horas (en el que se desarrolló su historia) antes de hacerse presente en el nosocomio.

Quizá sea pertinente mencionar que la experiencia narrada se inscribe en el contexto subsiguiente a la estruendosa noticia, difundida por todos los medios periodísticos, sobre “un científico (el psiquiatra John Mack) que asegura que son ciertas las historias de quienes se dicen secuestrados por extraterrestres” (v.g. rev. Conozca Más, Nº 69, julio 1994, ps. 9/15, et.al), anticipando la aparición de su libro Contactos (Abduction) en el mercado local.

Por otra parte, no es la primera vez que en la provincia de La Pampa ocurren episodios de este género. En abril de 1980, el vecino de Santa Rosa, Fermín Nelson Sayago, que por entonces tenía 32 años, vivió una rara experiencia cuando transitaba con su automóvil por una avenida y se le detuvo el motor. Al descender, advirtió a dos humanoides y, antes de poder ingresar al vehículo, uno de los seres le oprimió la cabeza y se desmayó, despertándose media hora después, a diez cuadras de su automóvil. Un hecho todavía más espectacular se produjo el 9 de agosto de 1983, cuando un comerciante de la localidad de Winifreda, Julio Platner, de 33 años, dice haber sido enceguecido por una potente luz y despertado dentro de una nave, en una suerte de quirófano muy iluminado, frente a cuatro seres, que le transmitieron mentalmente que no se asustara. Ubicado en un sillón o camilla, le extrajeron sangre de la muñeca y del codo del brazo derecho. Luego apareció en un camino vecinal que conduce a la Villa Marisol. También, el 29 de mayo de 1986 un joven de Santa Rosa afirmó haber sido visitado por dos seres en su casa, que parecían formar una pareja y eran de gran estatura.

El caso de Caleufú viene a cerrar, por un momento, el periplo de los informes sobre las visitas alienígenas en las regiones pampeanas. No obstante, la respuesta al interrogante inicial parece hallarse -como hemos ido discurriendo- en la psique humana, antes que en el espacio cósmico.

Referencias periodísticas sobre el caso:

La Arena, Santa Rosa, 20 agosto 1994; Crónica (vesp.), Buenos Aires, El Litoral, Santa Fe, El Territorio, Posadas, 21 agosto 1994; La Prensa, Buenos Aires, La Razón, Buenos Aires, Los Andes, Mendoza, 23 agosto 1994; y Crónica, Comodoro Rivadavia, 24 agosto 1994.

Bibliografía consultada:

Mack, John E. Contactos, Edit. Atlántida, Buenos Aires, 1995.

Page, James D. Manual de Psicopatología, Edic. Paidós Ibérica, Barcelona, 1982, Cap. XIII, ps. 321/337.

Vallée, Jacques. Pasaporte a Magonia, Plaza & Janés, Esplugas de Llobregat, 1972, p. 123 

http://www.visionovni.com.ar/modules/news/article.php?storyid=921

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