domingo, 15 de diciembre de 2013

Azul, Buenos Aires: A todas luces (13 de agosto de 1994)

Azul, Buenos Aires: A todas luces (13 de agosto de 1994)
por Dr Roberto Banchs
Crédito: Visión OVNI  


María Rita Baldini, Guillermina Arpaia, Noemí C. de Garciarena y Bettiana Lorena Garciarena.

El sábado 13 de agosto de 1994 un grupo de personas que regresaban en dos automóviles a la ciudad de Azul (Pcia. de Buenos Aires), después de pasar un día de campo, obser­van desde la ruta provincial 51 y a unos 16 km de aquella, un conjunto de luces titilantes de coloración roja, amarilla, anaranjada y verde, situado a un centenar de metros de los testigos, al este, casi a ras del suelo, en los campos de la familia De Uriarte

Al momento, detienen los vehículos, ubicándose uno de ellos frente a las luces, para iluminar la escena. Ven unas siluetas antropomorfas y, sin dudar de que la extraña visión perteneciera a un OVNI, algunos de ellos deciden aproximarse a pie. Al llegar hasta la alambrada perimetral, notan que las mismas comienzan a acercárseles. Con gran temor, vuelven a sus vehículos y se alejan presurosos del lugar.

Los testimonios

El episodio trascendió públicamente cuando el padre de una jovencita, compañera de escuela de la hija de una de las testigos (también presente, al igual que otras dos compa­ñeras del curso), comentó la novedad al canal 2 de TV de Azul. A partir de allí, algunos ovnílogos intervinieron en el asunto y le dieron mayor difusión al caso (l).

La espectacularidad de los relatos, la cantidad y la seriedad de testigos -quienes se habían mostrado renuentes a toda publicidad-, justificaron rápidamente nuestra investigación.

- El testimonio de Julio Gourreges: El conductor del primero de los automóviles no había ofrecido, hasta entonces, su versión de los hechos. La ocasión resulta propicia para abrir el diálogo señalando que dos días después del avistamiento se encuentra circunstancialmente con Héctor De Uriarte (dueño del campo), y le pregunta sobre lo sucedido en sus tierras. Sin titubeos De Uriarte le responde que “habían sido los chicos que estaban en el campo”, en referencia a un sobrino, hijo de su hermana que también es dueña del campo, y unos amigos. Esto le permitió -según manifiesta- rectificar sus iniciales puntos de vista.

Viajante de comercio, con 48 años al momento del suceso, Julio Courreges se muestra como una persona muy ansiosa, temerosa, esquiva a los me­dios de comunicación. Insinúa su deseo de no tener problemas con la vecindad. Creyente e interesado en los OVNIs, remite su relato a un episodio que le sucedió hace unos diez años atrás.

Dibujo del objeto según Julio Courreges.

Ese anochecer del 13 de agosto Courreges venía del campo de su propiedad conduciendo un automóvil Fiat 128, junto a su hermano Cacho, su esposa Angelina, y su hija Graciela, de 24 años. En otro automóvil iba la Sra. Noemí C. de Garciarena, acompañada de su hija y amigas de ésta. Regresaban por la ruta 51, cuando a unos 16 km de Azul, del lado iz­quierdo observan en los campos, donde se localiza una cava, u hoyo, algo que “parecía u­na calesita” de luces amarillas, rojas, prendiendo y apagándose, a unos. 90-120 metros de la ruta. No observó que giraran. “Era como un óvalo, achatado”. Metros más adelante, cerca de una tranquera, detiene el automóvil.

También lo hará Garciarena, quien venía a corta distancia.

“Se veía como neblina, aunque podría haber sido humo de un fuego, o humedad”, expresa. El testigo coincide con su hija Graciela que no fue posible escuchar voz alguna. Al mo­mento en que los faros del otro vehículo enfocan hacia la extraña visión, tampoco alcanzan a visualizar nítidamente algún detalle. Su hija interviene para indicar que lo único que podía verse eran esas luces, que resultaban “llamativas”, pero no especialmente in­tensas.

Ambos comentan haber visto entonces varios individuos de mediana talla, que por la distancia “tenían el aspecto de bultos” moviéndose en torno a las luces. Estas figuras “se movían como personas normales”. Al bajar de los autos y acercarse a la tranquera a­llí existente, la sorpresa e inquietud inicial dan paso al temor. “Estábamos a unos 40 m -dice Julio Courreges- cuando se acercan a nosotros”. Frente a lo que podría ocurrir hu­yen en veloz carrera.

Sin embargo, los Courreges dejan a los Garciarena y deciden llamar a la policía desde una estancia vecina. Según nos informa padre e hija, minutos más tarde una comisión policial se hizo presente y juntos se dirigen al lugar. Tras inspeccionarlo, no observan na­da fuera de lo común. Nada de aquel extraño espectáculo.

Es pertinente indicar que el testigo estuvo acompañado en la entrevista por sus hijas, Graciela y Julia. La primera también testigo del hecho junto a su padre. La actitud general fue en todo momento amable, aunque recelosa, mostrando cuidado en sus manifestacio­nes tanto gráficas como verbales.

A lo expuesto se debe añadir que Julia estuvo esa tarde en el campo de su padre, pero ella regresó en compañía de su novio media hora antes. En esas circunstancias, también habrían observado el mismo fenómeno, restándole importancia y sin detenerse siquiera, pensando que se trataba de balizas.

-El testimonio de Noemí C. de Garciarena: La testigo se muestra bien dispuesta a comuni­car su experiencia. Ansiosa, colaboradora, de una proverbial capacidad de asombro, Noemí nos ofrece su versión, haciéndolo junto a quienes le acompañaban aquella tarde en el au­to, su hija Bettiana y sus dos amigas.

De acuerdo al relato, ese sábado las familias Courreges y Garciarena, y unas amigas de su hija, habían pasado una tarde en el campo de los Courreges situado en las proximida­des de Azul. A su regreso, después de las 19,00 horas, el automóvil conducido por Julio Courreges circulaba por la ruta provincial 51. A corta distancia iba Noemí C. de Garciarena, de 39 años, conduciendo su propio automóvil -un Peugeot 505- en compañía de su hi­ja Bettiana, y las amigas de ésta, Guillermina Arpaia, y María Rita Baldini, todas ellas de 13 años de edad y compañeras de estudios.

Al llegar a unos 10 km de la rotonda de acceso a Azul, a la altura de los campos de la familia De Uriarte, Noemí ve que el auto de los Courreges se detiene en la banquina. Piensa que algo le habría ocurrido al vehículo y, tras la maniobra, hace lo mismo al tiempo que observa hacia su izquierda, a unos 100 metros, un conjunto indeterminado de luces intensas, de coloración predominantemente roja y amarilla, notándose también tin­tes anaranjados y verdes. Destellaban con cierta intermitencia, a ritmos precisos, pren­diéndose y apagándose.

Los testigos no pueden estimar el tamaño o longitud de las mismas, pero señalan que e­ra grande. Este había sido el motivo por el cual se detuvo el primer automóvil. Ambos contingentes intercambian algunas palabras de asombro y, a sugerencia de Julio Courreges, Noemí cruza su vehículo en la ruta con los faros en dirección hacia las luces que llama­ban su atención, no sin antes ubicar a las chicas en el automóvil de los Courreges, que­dando las mismas en compañía de la esposa de éste.

Dibujo de Noemí C. de Garciarena.

“Veíamos como un humo que iba por debajo de todas esas luces, que formaban como una circunferencia que no estaba sobre el piso, y había personitas; yo las ví muy altas, tipo fideos, y caminaban entre las luces”, agrega Noemí.

De inmediato se dirige junto con Julio, el hermano, y Graciela, hacia la orilla de la alambrada, notando entonces que los ignotos individuos se venían hacia ellos, con movimientos normales, pero rápidos.

Su hija Bettiana hace escuchar su clamor: “¡Mamá, no vayas, tenés familia!”. Pero el pavor pudo más, y ante la situación que sintieron amenazante, en un instante regresaron a los automóviles y huyeron despavoridos.

Cuando estuvieron a considerable distancia, dejando atrás a los Courreges, Noemí detiene nuevamente el auto para observar, pudiendo advertir en apenas una fracción de segundo cómo “una luz anaranjada se desprendió del suelo” hacia el cenit, tan fugazmente que no le dio tiempo para avisar a las demás.

En cuanto a los testimonios de las jovencitas, se observan algunas diferencias de matices, pero que cobran unidad en su conjunto.

Bettiana Garciarena es vivaz, madura para su edad. Ella nos dice: “Las luces eran potentes, grandes, iluminando el campo. Sus colores eran variados y tenían aspecto cuadrangular. Había un humo liviano, envolvente, que parecía provenir de abajo. Las perso­nas caminaban entre el humo y por delante de las luces, sin prestarnos atención. Eran altas, pero de aspecto y movimientos normales, aunque lentos cuando se hallaban en torno a las luces”. Lo que más le llamó la atención -coincidiendo con su madre- fue el humo, y las personas caminando y después “cuando corrieron” hacia ellos.

La visión de Bettiana Lorena Garciarena.

Guillermina Arpaia se muestra inquieta, pero atenta durante el largo transcurrir de la entrevista. “Estaba asustada y temblorosa mientras veía la escena desde el interior del automóvil. La única vez que los ví (a las personas, como acuerdan en llamarles), fue cuando venían caminando hacia nosotros. Parecían estar vestidas con ropas muy ajustadas”.

Para Guillermina Arpaia el objeto tenía esta forma.

María Rita Baldini es prudente, retraída, pero cuando interviene lo hace de manera precisa. Respecto a las luces comenta que “se prendían y apagaban en seguidilla, parecía que el platillo daba vueltas, pero no: eran las luces que se prendían y apagaban”. Agrega que éstas no tenían forma definida, y que el humo salía del suelo, hacia un costado de las luces.
 
El dibujo de María Rita Baldini muestra la traqura y el objeto detrás de ella.

En el lugar

Al sitio del avistamiento se accede tras recorrer 16 km desde Azul, por la ruta provincial 51. Se trata de una zona rural. Al este, en campos de la familia De Uriarte es donde habrían sido vistas las luces, junto con las personas. Al mismo se ingresa desde la ruta por una tranquera. No se observan caminos, sino, unas desdibujadas huellas en el llano de las tierras.

En esa dirección, a más de 2.000 m y paralelo a la ruta, corren las vías del Ferrocarril Gral. Roca, y unos postes para los tendidos eléctrico y telegráfico. En la distancia, también se advierten unos montes de eucalipto que revelan algunas edificaciones; ­ cascos de estancias, y un horizonte que destaca el holgado cielo[1].

El campo, delimitado por un vallado de alambre, linda al norte con otros campos vecinales, y al sur, a unos 400 m de la tranquera, con un camino de tierra que permite el acceso a los distintos cuadros. Éste no es perpendicular a la ruta, sino que va estrechando -por así decir- el campo de los De Uriarte.

A unos 80 m de la alambrada que da hacia la ruta, y a un centenar de metros de la ubicación de los testigos, se encuentra dentro del campo una cava, u hoyo, producido por la extracción de un volumen de tierra hasta la capa de tosca. Se extiende de norte a sur unos 200 m, y de oeste a este unos 20 metros en su anchura mayor. Su profundidad alcanza 1,70 m, o más, por lo que se ha formado un charco o lagunajo cuyas dimensiones varían según el agua de lluvia caída. Una huella de apeador la circunda, y pueden allí notar se -entre otras- desecho de latas y algún fogarín extinguido.

Precisamente, de acuerdo a los relatos, ésta sería el área donde se manifestó la inusual presencia.

No obstante, antes de inspeccionar el terreno, requerimos la debida autorización. Al efecto, en el cortijo fuimos atendidos por Alejandro Tato Castiglione, encarga­do de la finca. Hombre abierto al diálogo, guardián, y escéptico de estos fenómenos, lo primero que expresa tras exponerle los motivos de nuestra visita, es que “se trató de un error: si hay luces en el campo, es porque estamos trabajando”.

Sostuvo que lo visto se debió a que, en esa jornada, los hijos de la hermana de Héc­tor De Uriarte (también dueña del campo, con residencia en Buenos Aires), y otros jóvenes amigos habían estado justamente allí, lugar donde se desenvolvieron los acontecimientos. Según afirma, la observación del presunto OVNI se habría originado por las luces de los vehículos utilizados por los jóvenes.

Días más tarde hablamos con Héctor De Uriarte, ausente en ese momento. El dueño del campo tuvo inicialmente una actitud de extrema reserva y recelo. Esto se debió a dos motivos: el no haber sido informado y consultado aquel mismísimo día acerca de lo ocu­rrido en el campo de su propiedad (lo cual, además, hubiera podido esclarecer aparentemente el episodio de los supuestos ETs), y por la desconfianza que habría suscitado cuando, de buena fe, ofreció una explicación a quienes lo habían entrevistado con anterioridad.

Sin ahondar en detalles, De Uriarte nos manifestó que las luces observadas provenían, en definitiva, de varios vehículos (guiñas y balizas) pertenecientes a uno de sus sobrinos y amigos de éste, quienes habían estado -según le confió- en el lugar donde se produjo la observación. En apariencias, el avistamiento viene a coincidir con el momento en que los jóvenes, caída la tarde, regresaban del campo hacia la finca.

Consideraciones finales

El caso tratado nos muestra el efecto de un estímulo ambiguo, como lo es una secuen­cia o conjunto de luces pulsantes, humo y algunas personas en torno a ellas.

A ese respecto, debemos recordar que momentos antes de la observación del OVNI de los Courreges y Garciarena, la hija mayor del primero, Julia, transitó por la ruta en compañía de su novio y avistó el mismo fenómeno, pero no le dio importancia, pues con­sideró que se trataba de balizas.

Esta actitud de lisa indiferencia contrasta con el impacto emocional de los ocho testigos, entre adultos y púberes. ¿Qué es lo que desencadena esta reacción?: La indubita­ble creencia que se trata de extraterrestres. Sin embargo, convendrá examinarla detenidamente.

Como lo indican las escenas, Julio Courreges, conductor del primer vehículo advierte el fenómeno, parece tener la seguridad de que se trata de un legítimo OVNI, y frena casi repentinamente, provocando la detención del automóvil que venía más atrás. Se crea entonces una atmósfera de incertidumbre, seguida por temor, pero donde todos desean ver al OVNI.

Noemí cruza su vehículo en la ruta con los faros en dirección hacia las luces que llama­ban su atención.

¿Qué hubiera ocurrido si Julio Courreges, al modo en que lo hizo su hija Julia, le restara importancia? Lejos de cualquier simplificación, sospechamos que su jerarquía de adulto y, de alguna manera, líder del grupo, le dan cierta autoridad para constru­ir o dar sentido a una realidad que los avasalla por su carácter difuso y que despierta expectación. El OVNI viene a resolver el interrogante. El monto de ansiedades puesto de manifiesto no da lugar a reflexiones. Ellos asisten a una conmovedora experiencia, sin dudar de lo que asevera Julio, para quien esa experiencia resulta propiciadora, pues viene a confirmar sus creencias en los OVNIs (como naves) y ratifica su visión de uno de esos portentos ocurrida años atrás. A su vez, reanima las noticias producidas en esas fechas y, especialmente, la publicada el día anterior en la prensa de Azul.

Con ello no queremos desmerecer tampoco a los demás testigos, quienes realmente han visto algo y lo describen con absoluta honestidad, aunque -estimamos- teñido por lo subjetivo. Efectivamente, todos han visto algo que sólo alcanzan a explicar como esa primera impresión recibida: un OVNI, un plato volador. Al formularles el porqué, se avienen a responder en conjunto: “por los colores, por lo extraño, y porque así lo muestran las fotografías. Después de todo, es un OVNI, aunque opinamos que son naves”.
A pesar de que los testigos no están ajenos al modelo que les provee la cultura acerca de qué es un OVNI, y de la importancia decisiva que la psicología le reconoce a las experiencias por su cooperación en la transferencia de aprendizaje, para la “Psicolo­gía de la Gestalt” esa experiencia pasada no es el factor principal responsable de la apariencia de los objetos. Para Wertheimer, la psique -por su necesidad de regularidad y ordenamiento- tiende a configurar el campo visual. En otras palabras, los procesos responsables de la formación de objetos visuales tienden a formar figuras cerradas (cierre), a su agrupamiento cuando la distancia entre ellos es menor (proximidad), y a organizarse de manera simple, simétrica y uniforme (buena forma). Estas leyes de la percepción se aplican claramente frente a la descripción y dibujos de los testigos, en particular, el realizado por Julio y Graciela Courreges: a un todo segregado de luces sobre un fondo homogéneo, se configura una forma total, cerrada y circular. Es decir que, a partir de un todo disperso, se los ha organizado y adjudicándole una forma, la cual -además- contiene un significado común, que es precisamente el de un plato.

Así expuesto, la explicación -ora hipótesis- ofrecida por las personas del campo donde se desarrolló el avistamiento resulta aceptable. Desde ya, porque conocen sus tie­rras y -lo que parece más saliente- a los supuestos ETs, y por otra, porque es más consistente que pensar en una nave por los coloridos destellos. O por el humo, o por las siluetas de las cuales huyen despavoridos. En nuestra opinión, parece probable que se haya tratado de los vehículos que alude el dueño del campo, ubicados próximos al lagunajo, o quizás en el camino transversal a la ruta, con sus luces titilantes.­


(1) La Zona, Olivos, BA, 18 noviembre 1994; La Razón, Buenos Aires, 5 diciembre 1994, ps. 14/15.

[1] A propósito, el Sol se había puesto pasadas las 18,15 horas, y la Luna a las 19,15 se hallaba en su sexta fase (creciente, 46% iluminada), en dirección noroeste y cercana al cenit (azimut 322.65’ y altitud, o elevación sobre el horizonte 68.45’, aproximadamente): ­ Las condiciones meteorológicas previstas indicaron para ese día: nubosidad variable, tiempo inestable, leve descenso de la temperatura (al momento del avistamiento orilló los 14 grados C), con vientos leves moderados del sur.

http://www.visionovni.com.ar/modules/news/article.php?storyid=917

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