domingo, 3 de noviembre de 2013

Günther (Gral. Pinto), Buenos Aires: Seres del espacio… terrestre (29 de octubre de 1973)

Günther (Gral. Pinto), Buenos Aires: Seres del espacio… terrestre (29 de octubre de 1973)
por Dr Roberto Banchs
Crédito: Visión OVNI



Carlos Argüello Balvidares.
El soleado lunes 29 de octubre de 1973, Carlos Argüello Balvidares, 43 años, se trasladó en compañía de uno de sus nueve hijos, Manuel, de 12, desde su vivienda situada en la localidad bonaerense de General Pinto, hasta un campo distante 25 kilómetros al nordeste, en Günther, perteneciente al mismo Partido de Gral. Pinto, propiedad de la familia Urricariet, donde se desempeñaba como encargado.

Debido a las intensas lluvias registradas en aquellos días, los caminos se hallaban intransitables, siendo necesario que utilizaran un caballo cada uno. El predio en el cual realiza sus tareas posee una laguna de regular extensión y es cruzado, a poca distancia, por un ramal del Ferrocarril Gral. San Martín.

En un descanso de sus rutinarias tareas, Carlos Balvidares comenzó a tomar una infusión de mate en una suerte de puesto abandonado, en medio del campo. Allí se encontraba, cuando su hijo Manuel lo alerta de la presencia de tres individuos que estaban en la laguna, a unos 100 metros del lugar, confundiéndolos con niños.

Al observarlos con mayor atención, Carlos fue comprendiendo que eran extraños, y exclamó: “¡esto no es cosa buena!”. Su hijo, asustado, no quiso seguir mirando. Se trataba de tres sujetos que, al parecer, flotaban sobre el agua, junto al molino y a espaldas de los testigos.

Carlos se aproximó unos 80 metros, notando entonces que se asemejaban -por la cabellera- a dos hombres y una mujer. Comenzó a llamarles con la calabaza del mate en ­su mano para que compartieran dicha infusión. Los extraños miraron hacia atrás, en di­rección a Balvidares, y desaparecieron de inmediato, para volver a mostrarse en la orilla opuesta de la laguna, a unos 300 metros del lugar. El paisano controló su reloj y ve que eran las 17,20 horas.

La figura femenina tenía 1,60-1,65 m de estatura, y talla normal. Estaba íntegramen­te vestida con ropa de color negro. Su cabello era también negro que, al moverse, se notaba que era largo. Llevaba unas botas del mismo color, con una franja blanca, y terminaban en la parte alta, del empeine, en una especie de aletas que se abrían para los costados en forma de abanico.

Los hombres eran un poco más bajos que la mujer. Su cabello parecía que tenía fijador y su piel expuesta el Sol por su coloración. Daban la impresión de estar desnudos, o cubierta por una vestimenta bien tomada al cuerpo. En la mujer era más notorio.

El cabello de las figuras masculinas era rubio y se destacaba la tez blanca, la frente ancha y la nariz pequeña. Se trasladaban, según Carlos, con los brazos y piernas fijados al cuerpo.

De acuerdo al informe producido originalmente, Carlos Balvidares pudo observar en el mismo sector donde se localizaban los individuos, a 20 m del alambrado y posada sobre la tierra, una forma intensamente luminosa, de forma rectangular de unos 5 o 6 metros de longitud y de unos 2 a 3 m de altura. Del centro del objeto salía una especie de haz luminoso de unos 0,40 m de diámetro, que llegaba hasta su posición y le encandila­ba, produciéndole cierta sensación calórica.

Siendo la intención de Carlos ponerse en contacto con los extraños individuos, tomó su caballo y se introdujo en la laguna, en dirección a ellos. Pero al avanzar, trata­ban de alejarse -en particular- hacia el objeto. El testigo sólo consiguió recorrer la mitad del trayecto, hasta unos 150 metros de los sujetos, donde “una especie de barrera invisible” le impidió seguir adelante. El caballo no le respondió más, pese a continuos esfuerzos para que avanzara en la hondonada superficie del fangoso terreno.

A vista de la situación, Carlos Balvidares regresó al puesto, donde sentado en un banco siguió tomando mate y con la observación que se había iniciado más de media hora antes. Mientras tanto, los sujetos desarrollaban curiosas actitudes a 30 o 40 metros del objeto. Se trasladaban de un punto a otro mediante pequeños saltos. La mujer parecía que dirigía a los otros dos individuos. Iba siempre adelante y cuando, por ejemplo, levantaba un brazo, uno de los hombres se alejaba unos tres metros. Se detenía y ense­guida se comunicaba con los otros dos a través de una suerte de chillido, como el sonido producido por una radio mal sintonizada, pudiendo oírse nítidamente. Luego se sentaban en cuclillas y parecía que estuvieran midiendo, como si hicieran rayas en el suelo y adoptaban otra serie de raros movimientos o posturas, ininteligibles para el testigo.

En determinado momento los individuos se aproximaron a un pequeño tanque de fibro-cemento ubicado en las cercanías de la laguna. Detrás de él se agazaparon, moviéndose como si espiaran desde ese lugar.

Más tarde y siempre con la idea de llegar a ellos, no pudiendo hacerlo por el a­gua, Carlos pensó efectuar un rodeo por tierra firme, aunque le significara recorrer un trayecto más largo.

Eran las 18,50. Montó nuevamente su caballo y en ese momento los extraños se dirigieron hacia el objeto que descansaba en tierra. Detuvo entonces al equino y quedó obser­vando. Pudo apreciar que el objeto destellante resultaba más alto que los visitantes, y que sus vestimentas cambiaron de color a verde oscuro y anaranjado. Este cambio ocu­rrió en los hombres, en tanto que la mujer no alteró la tonalidad negruzca de su traje.

Una cerda que estaba encerrada en un chiquero ubicado junto a los testigos, luego de saltarlo de manera inhabitual, huyó rápidamente. Fue entonces cuando Carlos sintió un olor a azufre, seguido de una sensación de sueño o sopor que lo invadió por instantes.

Cuando se repuso, Carlos ya no observaba ni a las personas ni a la luz, que por más de una hora y media habían acaparado su atención. Eran las 18,55 horas.

El testigo parece no haberle otorgado importancia a los lugares recorridos por los individuos, presuntos tripulantes de la nave, y sólo a requerimiento de algunos curiosos inspeccionó la zona. De esta manera fue cómo se hallaron huellas nítidas en un ra­dio de aproximadamente 20 metros en cercanías de la laguna.

No habiéndose hecho calcos en yeso, se recogió la opinión de varias personas que pudieron observarlas, indicando su extraña apariencia. Cada huella tenía forma triangu­lar, con un vértice bastante pronunciado. Los expertos vieron allí la parte del ta­lón, que se abre en una especie de “garras”. Medían entre 10 a 15 cm.

También se habrían descubierto en el sitio donde se encontraba el objeto, o la luz, cuatro huellas en forma de triángulo cada una de ellas, dispuestas en forma cuadrangu­lar, a cuatro metros una de la otra. Daban la impresión que fueron hechas por un molde triangular de unos 40 cm de altura, con su interior hueco y con un borde de unos 5 cm. La tierra no muestra signos de quemadura, aunque Carlos habría manifestado que el pas­to no crece allí con la misma facilidad que en otros sitios.

Consideraciones iniciales

Portada de la revista Cuarta Dimensión.
El caso de Günther, Pdo. de Gral. Pinto, ocurrido el 29 de octubre de 1973, fue conocido recién en febrero de 1975, a través del informe de Omar R. Demattei, responsable de la investigación, en una popular revista (1) dedicada a los OVNIs.

El episodio ha despertado singular interés, no sólo por los hechos descritos, sino muy especialmente porque se encuentra relacionado con el caso de Villa Bordeu, al cual la prensa y ovnílogos locales le dispensaron enorme atención.

A la vez de no haber detectado algún posible ingrediente psicológico (sic), ni elementos que le hayan planteado duda alguna, su autor ha calificado al caso Balvidares como ampliamente confiable. Aún más, en un rico intercambio epistolar, Demattei reconoce haber “llegado a la conclusión y convencimiento íntimo, de que el caso Llanca (Villa Bordeu) es totalmente auténtico, como lo es el caso Balvidares (Günther)” (carta del 25 feb. 1978, a Banchs). Señalando algunos puntos en común, sostiene que “la posibilidad de que Balvidares se haya inspirado en el caso Llanca para relatar su historia queda descartada, ya que si bien su caso acaeció el lunes 29 de octubre y el de V. Bordeu el día anterior, Llanca no recordó lo ocurrido hasta el martes 30; en la noche del lunes 29 -continúa diciendo- Balvidares ya había divulgado lo sucedido a varias personas”.

Y concluye afirmando: “Sin duda las extraordinarias coincidencias entre ambos, prácticamente únicas en casos de contactos (en una misma provincia, a un día de diferen­cia), hacen imposible que podamos desconocer las íntimas relaciones entre ambos. Por lo tanto, si uno de los dos es considerado auténtico, el otro no puede dejar de serlo”.

Omar R. Demattei.
En respuesta, indicamos que si bien el testigo de V. Bordeu parece no haber recorda­do todo lo sucedido hasta el martes 30 debido a su presunto estado amnésico, ciertos detalles de su experiencia fueron conocidos en la tarde del lunes 29 (por ejemplo, en La Razón, de Buenos Aires), en donde se incluye una descripción de los seres, conforme a la ofrecida por Balvidares a varias personas horas más tarde.

Asimismo, coincidimos en que no podíamos desconocer la llamativa relación entre am­bos relatos (Llanca-Balvidares). De ahí que tampoco debíamos dejar de reconocer nuestras sospechas sobre el caso Balvidares (carta del 3 marzo 1978, a Demattei).

Esto propició una nueva oportunidad para discrepar sobre algunos tópicos, en un marco de respeto, a la par de ofrecernos su colaboración a fin de “verificar la autenticidad de este caso”, acompañándonos a esa localidad del oeste bonaerense, “donde prácti­camente no llegan las señales de televisión, del mismo modo que los diarios capitali­nos” (carta del 20 marzo 1978, a Banchs).

Ya estaba en nuestros planes trasladarnos al lugar y, complacidos, aceptamos la posibilidad de una reinvestigación acompañados por el responsable de las primeras encuestas ufológicas. Mientras tanto, el caso animaba los audiovisuales de Fabio Zerpa, y un libro de reciente aparición (2)

La investigación

La zona donde habría ocurrido el incidente.
General Pinto se encuentra ubicado en la provincia de Buenos Aires, a 360 km de la Capital Federal. Su economía se basa en la actividad agrícola y ganadera, teniendo algunas industrias derivadas.

Situada en la Pampa Arenosa, es una región singular cuya característica hídrica dominante es la falta de desagüe, así como de red hidrográfica, lo cual determina que las aguas precipitadas en la misma se acumulen. Desde principios de 1973, se implantó en la mayor parte de su territorio un ciclo de lluvias superiores a los valores históri­cos, de una magnitud de anegamientos inédita para la provincia. Estos excesos se traducen en acumulaciones de agua superficial, que progresivamente han ido saturando la capacidad de almacenaje de bajos y lagunas (3). Este es el paisaje que nos presenta el e­pisodio ocurrido en octubre de ese año.

- Entrevista a Carlos A. Balvidares: Junto a nuestra colaboradora Mónica M. Simonetti, y al investigador de Junín Omar R. Demattei, mantuvimos dos entrevistas con el testigo Carlos Balvidares, quien nació en General Pinto el 30 de mayo de 1930.

Su vida se ha desarrollado en actividades propias de la región. Está casado y tiene nueve hijos. Se muestra como un hombre simple, bien dispuesto al diálogo, que recuerda perfectamente lo sucedido.

La exposición que nos hace se ajusta en líneas generales al informe producido originalmente. No obstante, aporta datos y comentarios que resultan de gran interés. Empieza diciendo que él no trabajaba los fines de semana (el caso ocurrió el lunes), por lo que desconoce si algo se produjo en esos días en el campo “Santa Rosa”.

El objeto “era como de nailon (nylon) que brillaba, dando una luz fuerte que le impresionaba en el rostro”. No sabe cómo era “el aparato”, porque lo encandilaba, aunque calcula que tendría unos 6 u 8 metros, y a unos 50 m de las personas. Supone que entrarían a éste, pero sólo lo conjetura, pues no pudo apreciarlo.

Su hijo Manuel estuvo con él en todo momento. Inclusive, cuando intentaron vanamente atravesar la laguna, a causa del susto que tenía el caballo -según Carlos- por el apa­rato, que no le permitía seguir adelante. Nótese que aquí no hace referencia a ninguna “barrera invisible”, como se indica en otros informes. El motivo era que estaba asustado, según Carlos.

Los individuos fueron vistos primero por su hijo, y parecían andar caminando sobre el agua, como si se tratara de una superficie firme, nunca suspendidos en el aire. Es posible que el testigo haya empleado la palabra “flotando”, y esto indujera a error.

Su caminar era como el nuestro. Él les llamaba, podían verlo, pero no respondían. El traje que usaban era de coloración tostada, “bien peinaditos”, y de porte robusto. Sus rasgos faciales no se les notaba, porque -según nuestro entrevistado- se hallaban le­jos (aquí tampoco coincide con el artículo citado). En un momento dado, “hacían como si midieran, efectuaban rayas”. El olor o, más bien, sabor a azufre, dice provocarle una sensación de náuseas, seguido de somnolencia. Finalmente, los sujetos se fueron hacia el lado de las vías. Y al nailon no lo vio más.

En la segunda entrevista Carlos ofrece algunos elementos significativos. Los sujetos “andaban con los brazos medio juntos y los levantaban como nosotros, igual, pero caminaban dando saltitos, siempre recorriendo, midiendo en el suelo (…), ahora, no se si daban saltos porque había agua, o si…, eran unos pasos largos, tomando impulso”.

Carlos Balvidares señala que hablaban entre ellos, pero no saben qué decían. Escuchó “una voz que salía como radio”. También afirma haber oído un estampido, antes de la desaparición. “Hubo un estampido, y después no ví más nada. Cuando se fue. Sentimos ruido de chapa. Yo no se si sería del aparato, o del mismo tumbo del chiquero de chapas, situado a dos metros. Miré enseguida y la chancha había saltado, tumbando las chapas”.

Indagando acerca de cómo se producía esas presuntas súbitas apariciones-desapariciones, según se indica en el informe de marras, el testigo se muestra algo sorprendido y reconoce que, por momentos, desatendía la observación y al volver a mirarlos, se hallaban en otro sitio. Nada de lo supuesto habría ocurrido.

En su comentario acerca de las huellas, confirma que fueron halladas al día siguien­te. “Eran de unos 24 o 25 cm, como un pie, chico, como de la señora; tenía como un taquito así que se hundiera”. El testigo reproduce la huella en la tierra y las medidas coinciden con su estimación. Aquí también hay una diferencia con la indicada en el in­forme de O. Demattei, quien da una menor escala.

“Cuando los ví, me dí cuenta que no eran gente de acá, que eran gente de otro plane­ta -agrega Carlos Balvidares-; nunca había visto ni tampoco me llamaba la atención. Sentí a la gente cuando comenta, o por radio cuando los dan, de siempre”. Ante nuestra pregunta si en esos días recuerda haber sabido de alguna observación, de otro caso, el testigo responde: “Yo había sentido de otro caso. En esa fecha, claro, la misma (…). Ahora en ese momento, ese día cuando nos tocó a nosotros, a un camionero; antes que nosotros me parece que había salido. Un camionero me parece que era (n: D. Llanca).

¿Cómo sería posible que el campesino conociera el episodio, “donde prácticamente no llegan las señales de televisión, del mismo modo que los diarios capitalinos?” La respuesta la ofrece el mismo testigo, quien se reconoce como un habitué radioescucha de todos los días. Momentos antes de ocurrir el caso, había estado escuchando radio Mitre, y otras, en su portátil.

Manuel Aroldo Balvidares.
- Entrevista a Manuel A. Balvidares: Nuestra entrevista con el joven Manuel Aroldo Balvidares tiene una característica muy especial, en un caso aparentemente muy contaminado por la información ufológica que le llega a su padre. Se trata de la primera vez que Manuel es concertado a dialogar sobre aquel episodio, por parte de quienes se en­cuentran abocados a la investigación OVNI. Con anterioridad, ni Omar Demattei ni Fabio Zerpa (principales responsables de las primeras encuestas), tuvieron ocasión de con­versar con Manuel quien -a resultas- sería un testigo clave del suceso narrado.

Nació el 16 de abril de 1960, al igual que los suyos, en General Pinto, donde constituyó desde muy joven su propia familia.

La versión que irá a ofrecernos Manuel mantiene cierta coherencia con la descripción de su padre, salvo algunos pasajes, pero lo más importante es que abre una perspectiva inédita.

De acuerdo a su testimonio, se encontraban por tomar unos mates, cuando Manuel se dirige a sacar agua de un pequeño molino a unos 150 m. Hallándose en esa tarea, ve a unas “personas” que andaban en el campo. Lejos de asustarse, queda mirándolos, pensando que serían algunos trabajadores. Sin embargo, le llama la atención que cuando corrían, no salpicaba el agua. Sus piernas se movían normalmente, pero parecía que “picaban arriba del agua, como si salieran flotando”. E insiste: “De ahí se fueron, dando pasos comunes, caminando sobre la misma agua”.

En ese momento, salió corriendo y le avisó a Carlos, su padre, lo extraño de su visión. Fue cuando él le dijo ‘eso no es cosa buena’. Recién entonces sintió algo de miedo. Carlos le dijo de ir a ver de qué se trataba, subió a un caballo junto su padre e hicieron unos 100 m dentro del agua. Su temor crecía, y manifestó que no quería conti­nuar. De todas formas, no pudieron hacerlo pues el caballo tampoco quería seguir, a pesar de que el animal estaba acostumbrado a franquear el agua, que llegaba a la panza del equino. Decidieron regresar y desde un puesto -al lado del chiquero- los espiaban. Observaron que se trataba de dos hombres y una mujer. Aquellos tenían una vestimenta que cambiaba de coloración (rosa, verde, amarillo), según la posición que ocupa­ran respecto al Sol. La mujer, en cambio, tenía el cabello largo y estaba vestida de negro, aunque con un calzado y guantes blancos, y también en el pecho, a modo de una prenda con escote en “v”. Ella tenía unos ajustados pantalones, dando la impresión de que se abrían a la altura de los tobillos, confundiéndose con el calzado. Su figura e­ra esbelta.

Manuel se anima entonces a ir por la orilla para observarlos mejor. Se aproximó. Pensó que estaban por arriba del alambrado. Pero no. Ocurrió algo realmente sorprendente: “La mujer estaba parada encima de uno de los tipos, de los hombros, así, bien parada, derechita -nos dice el joven testigo- ¡arriba de uno de ellos!”. 

“Perdón, ¿puedes repetirlo?”, preguntamos, con una sensación terrestre de haber comprendido mal lo que nos estaba diciendo.

“Que yo cuando fui a la orilla del alambre, me puse a mirar, porque me fui caminando, y caminando así llegué para el lado del alambre, y me puse a mirarlos. La mujer esta­ría retirada unos 2 metros. Ella estaba parada arriba del hombro de él”.

Dibujo de lo observado por Manuel Aroldo Balvidares.
Imaginando el extraño malabarismo de la supuesta extraterrestre, dando muestras ca­si arrogantes de su habilidad, destreza y equilibrio, volvimos a preguntar: “¿Arriba del hombro, haciendo caballito?”: “Sí, de uno de ellos”, contestó Manuel, despejando nuestras dudas y prejuicios acerca de los “seres del espacio”.

A nuestro lado, Omar Demattei enrojecía sin poder disimular sus pudores.

“Seguimos viendo todo eso -continúa Manuel-, cuando estaba parada arriba de los hom­bros de él. Mi padre se acercó a mi lado, porque lo llamé, y también lo vio”. La figura femenina estuvo allí unos tres minutos. Al preguntarle cómo hizo para bajar, nues­tro entrevistado dijo: “Bajó, de la manera más sonsa (zonza, tonta) ¡lo hizo pegando un saltito!”.

Manuel Balvidares continúa con su relato, pasando a describir la “nave extraterrestre”, como la han llamado los ovnílogos. “Y vi una cosa fija que brillaba, a la orilla de la alambrada (…). Era como una bolsa de nailon, redonda, grande, a unos 20 m de la tranquera de alambre. Yo lo único que digo es que era una bolsa de nailon, que brilla­ba como un vidrio, más fuerte…”. El hallazgo se produjo a las 16,45 horas, en esa tarde soleada de primavera.

Los extraños continuaban allí, sin mostrar interés alguno por comunicarse con ellos. “Solamente se sentía un chillido -comenta- ¡yo en ese momento le dije a mi viejo ‘voy a hacerles un gol’!. El milico (por militar; refiriéndose al dueño del campo, el Gene­ral Urricariet), le digo, se quiere traer algunos presos para practicar entre los…’, y me dice: ‘¡no, eso no creo!’; y bueno, por ahí…, quién sabe. Y por ahí escucho que gritan: ¡Viva Perón!”.

“Él sentía ‘ui-ui-ui-ui-ui’, nada más, y yo sentía otra cosa. Mi viejo sentía todo diferente y yo escuchaba como si hablaran, como si gritaran. Pero no entendía todo lo que gritaban. Pero ya le digo, lo que yo sentí. Como ‘¡Viva Perón!’[1], así, claro”.

Azorados por la peculiar proclamación política de los extraterrestres, algo chirrió en nuestros oídos. Quizá sea mejor creer -pensamos- que era más lógico que sólo hayan querido decir: ‘ui -ui -ui -ui -ui’ en su lengua de origen.

La habilidad femenina tampoco estuvo ausente entre los forasteros. “La mujer parece que era quien mandaba a ellos -dice Manuel-, porque cada movimiento que hacía, ellos corrían, siguiéndola. La mujer volvía, agitaba la mano levantada, y se volvían adonde ella se hallara”. Sin dar lugar a dudas, el joven Balvidares expresa: “A mí lo que me llamaba la atención de la mujer era cómo andaba, porque todo señas, y va, y ese grito que sentí yo. Para mí fue ella, porque cada movimiento que hacía era un grito y ellos corrían”.

Imprevistamente, aparecieron otras dos personas, juntas, del lado de la parte honda de la laguna, de un campo lindero. La mujer -señala Manuel- estaba mandándolos a los dos primeros, cuando estos otros aparecen. Se juntan casi cuando van a pasar la tran­quera, y los cinco se alejan en grupo. Primero los que ya estaban, y más atrás los que recién habían llegado. Estos personajes tendrían no menos de un metro setenta de altu­ra, o más. Los otros dos hombres, vistos inicialmente, eran bastante más bajos y robustos. La mujer continuaba gesticulando, como dirigiéndolos por detrás.

“Cruzaron la vía, un campo y, por la orilla del alambrado, se fueron derecho hacia un molino, a unos 500 m. Nos volvimos a la costa del alambre para mirarlos mejor. Y en el molino se perdieron de vista, caminando con pasos iguales a nosotros. No los vimos más. No regresaron, no volvieron…”, comenta Manuel Balvidares.

Después, miraron nuevamente hacia donde estaba el “coso”, o “bolsa de nailon”, y ya no se la veía más, pese a que en todo momento se mantuvo en el mismo sitio.

Hubo una cáustica sospecha: en vez de ser el objeto quien transportara a los extraños, parece que éstos habríanse llevado a pie la misteriosa “nave”. La cual, dicho sea de paso, nunca fue vista descender o remontar vuelo por nuestros entrevistados.

Finalmente, le preguntamos si con anterioridad al episodio tuvo noticias de algún o­tro caso similar. Su respuesta fue inmediata: “Sí, supe de un jornalero de Bahía Blanca (D. Llanca), por la radio”.

- Observaciones sobre los testigos: Durante las encuestas, Carlos Balvidares demuestra una personalidad influenciable, maleable, propensa a la sugestión. Esto quedó a las claras, especialmente, frente a las ansiedades puestas de manifiesto por O. Demattei, en sus intervenciones (no obstante, nos acompañaría como veedor).

Esta impresión queda ratificada en sus apreciaciones y comentarios sobre el caso… Veamos algunos ejemplos: Carlos manifestó que el caballo en que se hallaba montado cuando se sucedieron los acontecimientos ya no era manso y confiado como antes. Tiempo después, notaría que al animal le ocurría algo en su pelaje. Se le empezó a caer el pelo. Consultado un veterinario de la zona, Ramón Diz, éste no notó nada fuera de lo común, opinando que estaba cambiando el pelaje en razón de un proceso normal.

Precisamente, una superstición muy arraigada entre el paisanaje, es la de que: quien desea conservar un buen caballo, no debe dejarlo montar e incluso acercarlo a mujer alguna, y mucho menos en cierta época, pues suponen que, por ese hecho, se le cae el pe­lo o pierde sus condiciones de resistencia (5). Esta coincidencia, si la hubo, hace que aún cuando la enfermedad del caballo hubiera sido sarna, su dueño crea en la sabiduría de su superstición.

También él mismo notó que en la piel de su rostro aparecían pequeñas manchas que fueron desapareciendo con el correr de los días. Inclusive, destaca que su estado de ánimo no era el mismo que antes de su experiencia. Carlos parece no poner reparos en que este cuadro se debe a la presencia de “esto (que) no es cosa buena”, vaticinando de algún modo lo prescripto en sus tradiciones

Su relato está articulado con la concepción cultural de la zona y su propia cosmovisión, bajo las influencias del medio urbano, de naves y extraterrestres.

Manuel Balvidares, su hijo, conserva la misma simpleza y espontaneidad. Es también sincero en sus palabras. Pero se lo observa menos propenso a la fantasía, o a formular lucubraciones demasiado fantásticas o floridas en torno a una determinada creencia. El ha visto extrañado cómo esas personas parecían caminar y saltar por el agua sin salpi­car, y lo demás pierde importancia. Aún cuando acusa el temor infundido por su padre.

Su versión no está impregnada de contenidos ufológicos: ha visto un “coso” (una “bolsa de nailón”) por objeto, y una “mujer” y unos “tipos”, por entidades. Cuando se le pregunta qué sería eso que vio, responde sin astucia ni especulaciones…[2]. Podríase decir que se trata de un testigo casi no contaminado. Su padre, en cambio, nos hablará de un “aparato” y de “gente de otro planeta” desde el momento en que los vio, pareciendo -incluso- querer satisfacer a su interlocutor en cada respuesta.

Manuel no ha notado las apariciones y súbitas desapariciones atribuidas a la versión de su padre, tampoco barreras invisibles que impedían que el caballo avanzara. Ni sujetos extraños suspendidos como flotando en el aire. Aunque, en rigor, todo esto nunca lo escuchamos en boca de ninguno de los dos testigos. Quedará, pues, “flotando en el aire” hasta qué punto habrán incidido las primeras encuestas en la reconstrucción de los hechos, no obstante la buena fe que nos merece su responsable. Y quedará planteado también el interrogante de porqué Carlos Balvidares no mencionó jamás haber visto a e­sos otros dos personajes que aparecieron en escena momentos después, ni tampoco el ma­labarismo y cabriola de la mujer, montada sobre el hombro del petiso y fornido acompa­ñante

[1] Aquí surge una llamativa coincidencia. Doce días antes del caso, se recuerda emotivamente el histórico 17 de octubre de 1945, fecha fundaciona1 en que comienza a gestarse un movimiento de masas desde que el Cnel. Juan Domingo Perón protagonizara uno de los episodios políticos y sociales más importantes de la Argentina. A partir de su presidencia, el 17 fue el “Día de la Lealtad” al ideario de Perón y Evita (4).

[2] La percepción, aunque real, posee un trasfondo mitológico que excita la fantasía conciente e inconsciente, provocando ciertas conjeturas como intento de elaboración. En las leyendas guaraníes existe un fantasma o duende negro denominado Y-Póra, que se aparece en los dos, arroyos y lagunas, llevándose a los niños incautos a su guarida. También en el Brasil hallamos una leyenda, de indudable parentesco con aquél. Los Pretos d Agua suelen andar en grupos, lo que es muy raro entre los seres sobrenaturales, y en las siestas ardientes ahogan a los niños que se acercan al agua. Se los ve con frecuencia emerger de una laguna, pero al percatar­se que son observados se ocultan de inmediato. Su hábitat es el N.O. argentino, Paraguay y sur del Brasil (6).

Conclusiones

Vestimenta de la mujer.
La versión que nos ha brindado la revista Cuarta Dimensión, en su número 17, corres­pondiente a febrero de 1975, está embelezada por un solo relato, el de Carlos Balvida­res, bajo el prisma de su autor, Omar R. Demattei, quien se confiesa íntimamente con­vencido de la hipótesis extraterrestre y de la autenticidad de los episodios de Villa Bordeu (D. Llanca) y Günther, o General Pinto (Balvidares). Sin embargo, como rasgo de honestidad y tras la reinvestigación emprendida, admitió que “debía ahora replantear todo el caso”, apesadumbrado por las circunstancias.

Este giro se debe, especialmente, al testimonio fidedigno de Manuel Balvidares quien da muestras de un mayor ajuste a la realidad, y desmitifica algunos aspectos involuntariamente cometidos con anterioridad, aportando además ciertos datos de gran interés.

La descripción general de la observación, no presenta notas salientes que revelen un incidente de características asombrosas. Ellos han visto un grupo de personas que merodean el campo, con una conducta que podríamos denominar “humana”, y que se van de la misma forma que -suponemos- han venido: caminando. El detalle “desencadenante” es la impresión de que lo hacían sobre la superficie del agua. Y “esto no es cosa buena”…

Los testigos parecen no haber tenido en cuenta que el terreno anegado pudiere no haber sido tan profundo como sospechan, o que, a poco menos de un centenar de metros no percibieren que estaban pisando tierra firme, y dando zancadas para evitar los charcos.

La vestimenta de la mujer no tiene nada en particular, a excepción de la usada por los dos varones que la acompañaban. Ella emplea unas prendas ¡típicas de la época! Un suéter (sweater) negro con escote en “v”, pantalones ajustados, y -especialmente- unas botitas tres cuartos con la caña volcada hacia afuera, como aparece en la moda de los años setenta. Sus cabellos largos cayendo sobre los hombros le dan también un aspecto joven, más allá de su esbelta figura.

Pero hay otros indicios que nos hacen sospechar acerca de su presunta procedencia extraterrestre (al menos, el título de la imagen alusiva que recrea la tapa de la antes citada revista, reza: “Aparecen SERES DEL ESPACIO en la Provincia de Buenos Aires”):

1) Los malabarismos de la mujer, haciendo “caballito” sobre los hombros de uno de sus acompañantes, y bajar pegando un saltito.

2) La presunta proclamación política que al parecer hace la extraterrestre al gritar: “¡Viva Perón!”, reivindicando así -al modo que lo haría cualquier mortal de estas tierras- las causas justicialistas[1].

3) Las huellas de pisadas que se encontraron, asemejan más al calzado -con tacones y punteras- de la mujer, que a “garras con uñas filosas”, como se adujo en la ocasión.

Ejemplo de globo meteorológico.
Respecto al objeto observado, redondo, de unos 6 u 8 m, que brillaba, es coincidente la apreciación de ambos testigos, para quienes tenía la apariencia de nailon (nylon). A pesar de la insistencia de los expertos en OVNIs en llamarle “astronave”, Manuel se manifiesta categórico: “Yo lo único que digo es que era una bolsa de nailon, que bri­llaba como un vidrio” (en rigor, alude a: “bolsas de polietileno”).

Lejos de parecerse a los diseños que suelen atribuirse a los “platos voladores” o naves, presuntamente venidos de otros mundos, la descripción que proporcionan ambos testigos se corresponde a la de un globo meteorológico.

En efecto, el globo portador acostumbra tener forma esférica y -aunque de dimensiones variables- se construyen de varios metros de diámetro, con una envoltura impermeable de poliéster o polietileno especialmente tratado, de 20-50 micrones, transparente o con una mem­brana brillante, por refle­xión de los rayos solares. Los globos son inflados li­geramente con gas helio (He) lo cual les permite adoptar la redondez que luego los ca­racteriza. Cientos de ellos, a razón de tres unidades diarias, habían sido lanzados en la Argentina con anterioridad y seguidos -incluso- a través de una de red de rastreo terrestre y satelital (7).
En nuestra opinión, es probable que los testigos, impresionados por los sucesos de la tarde, de los cuales ellos fueron testigos, y habiendo tomado conocimiento a través de la radio (esa mañana o por la tarde momentos antes, conforme a lo que declaran) del relato del camionero Dionisio Llanca, hicieran una fácil asociación, propiciando una tentativa de respuesta a lo extraño de su visión.­

Referencias:

(1) Demattei, Omar R. “Caso Balvidares – Aparecen Seres del Espacio en la Provincia de Buenos Aires” en: Cuarta Dimensión, Buenos Aires, N° 17, febrero 1975; ps. 1 y 26/32.

(2) Zerpa, Fabio. El ovni y sus misterios, Cielosur, Buenos Aires, 1978; ps. 152/157.

(3) La Nación, Buenos Aires, 2 noviembre 1986, 3ª sec., p. 8.

(4) La Época, Buenos Aires, 18 octubre 1945, ps.1 y ss.; Clarín, Buenos Aires, 15 y 17 octubre 1995, supl.

(5) Ambrosetti, Juan B. Supersticiones y leyendas, Castellví, Santa Fe, 1967, cap. l, “Supersticiones gau­chas”, p. 168.

(6) Colombres, Adolfo. Seres sobrenaturales de la cultura popular argentina, Edic. del Sol, Buenos Aires, 1986, ps. 72 y 187.

(7) Espace Information, CNES (Centre National d’Etudes Spatiales), Toulouse, FR., N° 9, 3e./4e. trimestres 1976, ps. 5/8.

Cfr.: 2001-Periodismo de anticipación, Buenos Aires, a. 5, N° 42, s/m, 1972, ps. 48/51.
[1] Juan Domingo Perón fue presidente argentino en los años 1946 y 1951, hasta su derrocamiento en 1955. Luego de un exilio de 18 años, regresó al país -precisamente- en junio de 1973, y asumió nueva presidencia en sep­tiembre de ese año. Muere en julio de 1974. 

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