domingo, 7 de julio de 2013

General Acha, La Pampa: Un accidentado aterrizaje (15 de mayo de 1950)

General Acha, La Pampa: Un accidentado aterrizaje (15 de mayo de 1950)
por Dr Roberto Banchs (CEFAI)
Crédito: Visión OVNI


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Behind the flying saucers de Frank Scully.
Las historias de OVNIs accidentados son tan antiguas como las primeras apariciones de platos voladores. Apenas se habló de los primeros discos en 1947, empezaron a circular en los Estados Unidos rumores de que uno de ellos se había estrellado y lo estaban examinando secretamente.

El gran número de platillos que al parecer sobrevolaban el planeta, llevó a pensar que tratándose de objetos sólidos como cualquier aeronave terrestre sería probable que, expuestos a un fallo mecánico o humano, alguno pudiera sufrir un accidente o una avería, o simplemente ser derribado.

En 1950 el humorista de una revista de variedades Frank Scully pretendió establecerlo como un hecho real y publicó el libro "Behind the flying saucers" (Tras los platos voladores). Convertido en un best seller sensacional, afirmaba haberse estrellado tres discos en el desierto de Nueva México y que la Fuerza Aérea tenía en su poder cadáveres de humanoides pequeños de origen extraterrestre. Dos años más tarde, el libro de Scully fue denunciado como una fábula.

La ausencia de pruebas, los datos contradictorios y faltos de base, y las fantásticas especulaciones tejidas con ellos, llevaron a considerar tales versiones como una invención del periodismo sensacionalista o bien la proyección de ideas paranoicas. Pero la leyenda no fue destruida definitivamente y otros relatos semejantes le siguieron. Uno de ellos, que se encuentra entre los primeros informes sobre estrellamientos de OVNIs reportados fuera del territorio norteamericano, es el que aquí nos ocuparemos.

¿UFO-crash en la Argentina?

El hecho habría ocurrido en proximidades de General Acha, provincia de La Pampa, Argentina. La inusitada observación se produjo cuando un arquitecto italiano viajaba en automóvil por una región desolada, topándose con una nave discoidal posada a 50 m de la ruta y se atrevió a penetrar en ella, descubriendo entonces tres pequeños seres humanoides al parecer sin vida, sentados en torno a los instrumentales del aparato. Al día siguiente, volvió con unos amigos y en su lugar halló un cúmulo de cenizas, al tiempo que divisaron sobrevolando una nave en forma de cigarro de la cual salieron dos platillos, consiguiendo tomar unas fotografías durante el vuelo.

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La noticia original publicada en El Universal, de Caracas, Venezuela, el sábado 7 de mayo de 1955.
La primera noticia fue publicada cinco años más tarde en el diario El Universal, de Caracas, Venezuela, el 7 de mayo de 1955. En ella no se menciona la fecha ni el lugar (“años atrás…en Bahía Blanca”), ni tampoco la identidad del testigo (“un arquitecto italiano que reside en Venezuela”), aunque da un apartado postal y se lo ve fotografiado con sus gruesos cristales oscuros -de intenso color verde- junto al “reportero especial del Este” que, en apariencias, se trata del ufólogo, astrónomo amateur y personaje central de la televisión venezolana Horacio González Ganteaume, principal investigador del caso, fallecido en 1971.

Curiosamente, el episodio no tuvo hasta ahora repercusión alguna en la Argentina, pero fue bastante difundido y comentado en los Estados Unidos y Europa. Inclusive, los informes del caso han sido traducidos en los años cincuenta a varios idiomas (inglés, francés, portugués) y publicados en libros y revistas del tema. Conviene citar especialmente a The APRO Bulletin (Alamogordo, N.M., august 1955), que dedica varias páginas al incidente (el testigo es presentado como el “Dr. B.”), y a Le Courrier Interplanétaire (Laussane, Suisse, nº 15, Paques 1956) editado por Alfred Nahon (m. 1983), el cual ofrece una versión directa y más detallada, pero también más embellecida, señalando que se trata de Enrico Bossa. En diciembre de 1958 Coral E. Lorenzen (m. 1988), de la organización ufológica APRO, en un artículo publicado en la revista de Ray Palmer Flying Saucers, comenta haber hablado con el testigo y que está en condiciones de revelar su verdadero nombre: Enrique Carotenuto Bossa, o más apropiadamente, Enrico Carotenuto Bossa*.

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Enrico Carotenuto Bossa entrevistado por el cronista del diario venezolano.

Al parecer, Carotenuto Bossa era de nacionalidad italiana, ex-piloto de guerra, de profesión arquitecto y con un doctorado en ingeniería aeronáutica, que se desempeñaba en una conocida compañía de Caracas.

Todas las narraciones ofrecidas durante esos años contienen contradicciones e inconsistencias. Sin embargo, es posible -como señala G. Vanquelef- que algunas de ellas se deban a omisiones o errores de traducción de una lengua a otra, siendo la carta escrita directamente por mano de E. Carotenuto Bossa a la revista suiza la versión que, suponemos, debería tenerse más en cuenta. La misma reproducimos a continuación: 

El relato del testigo

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Recorrido realizado por el testigo.
“En el período abril-mayo 1950, me encontraba en la ciudad de Bahía Blanca, capital de la provincia de La Pampa, para construir un cierto número de casas. Tenía por costumbre, de tanto en tanto, para distraerme hacer largas excursiones con mi vehículo en la provincia en cuestión. Estos paseos eran, en general, viajes de 300 a 400 km. de ida y otros tantos de regreso y que se hacían en tres días. La ruta era una ruta de verano no utilizable en el invierno (que allí comienza en mayo), en una región casi llana, desértica, con una vegetación magra. Hay algunas piedras graníticas, y en el fondo muchas montañas de unos 1.000 m de altura. El terreno de la ruta se encontraba a alrededor de 300 m sobre el nivel del mar".

“El 15 de mayo de 1950, yo efectuaba uno de esos viajes, y había recorrido 280 km. desde Bahía Blanca; me encontraba cerca de los 68º al oeste de Greenwich y a 37º de latitud sur. Cielo claro, bastante limpio. Yo conducía solo mi coche, algo distraído y pensando en mis asuntos, cuando, de improviso, un objeto plateado sobre el suelo llamó mi atención. No le daba mucha importancia a la cosa, que se veía a la izquierda de la ruta a una distancia de 300 m."

“A medida que me aproximaba, notaba detalles extraños, como de tragaluces y una cúpula translúcida. A 50 m del objeto, me detuve y observé con atención el interior del vehículo, y pensé en los restos de un avión caído. Pero la forma extraña del objeto me hizo abandonar esta idea. Las nubes que pasaban interceptando el Sol producían sobre el objeto un efecto extraño. Pensé en dejar el coche y acercarme a pie. A 10 m de distancia, me di cuenta detalles de la nave al fin que se trataba de un “plato”. Por un efecto de mi subconsciente, me sentí feliz como un niño y, con el espíritu audaz que se adquiere en esas condiciones, no dudé en aproximarme y entrar al interior del objeto, cuya puerta estaba abierta".

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Objeto descripto por Enrico Carotenuto Bossa.
“Antes de entrar, comencé a examinar el objeto en detalle. Tenía un diámetro aproximado de 10 m, estaba formado por dos partes: una abajo en forma de platillo invertido (campana), y otra, arriba, cilíndrica (torre) y cubierta por una cúpula. Sobre la cúpula, una extraña linterna redonda. Su altura total sería de unos 4 metros. Un cierto número de ventiluces, que no he contado, de forma rectangular, con los ángulos largamente redondeados. El objeto estaba posado sobre el suelo, con una inclinación de aproximadamente 20º, apoyado en un relieve del terreno. Había un extravagante color cromo de un pulido magnífico en el cual se reflejaba mi imagen y la del cielo. Parecía una cosa muerta: nada de vida, ni de ruido, ni de vibraciones. Busqué la puerta que estaba abierta y precisamente al pie de la torre. Pensaba tener alguna dificultad para subir al borde de la campana, pero me di cuenta que en este lugar esta última estaba fuertemente despulida y rugosa como papel de vidrio (n: de lija). Me di cuenta que el objeto no era nuevo, porque el borde inferior de la campana estaba un poco deteriorado y picado en algunos lugares".

“Puse los pies en el metal rugoso y como desde ese punto hasta la torre había una distancia de dos metros sin punto de apoyo, debí ponerme en cuclillas para trepar hasta la puerta cuyas dimensiones aproximadas eran de 1,20 m por 0,90 m. Puse la cabeza en el interior sin ver gran cosa a causa de una cierta oscuridad que allí reinaba, y sentí un fuerte olor de ozono y de ajo. Salté inmediatamente al interior cuyo piso estaba a una profundidad de alrededor de 60 cm. El espectáculo que vi era tan extraño que sobrepasaba la imaginación".

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Planta y perfil del platillo volador.
“El piso era una plataforma que me dio la sensación de hundirse lentamente bajo mi peso. La cabina era perfectamente circular, de una altura de 2,10 m, de color oscuro. Alrededor de la pared se encontraba una serie de tragaluces, muy gruesos, guarnecidos de un material transparente, pareciendo ser de plexiglás".

“Mis ojos se estaban acostumbrando a la iluminación, la escena que vi era horrible. En el centro de la cabina, que medía alrededor de 3,50 m de diámetro, se encontraba un asiento extraño ocupado por un hombre de 1,20 m a 1,40 m de altura, vestido con una combinación gris plomo; su cabeza redonda, con ralos cabellos claros, estaba inclinada sobre su pecho. Las manos, bien formadas, de un color tabaco claro, se apoyaban nerviosamente sobre dos empuñaduras (palancas) que salían de una caja negra que se hallaba a algunos centímetros de su cuerpo. Su rostro, del mismo color que sus manos, la nariz bien formada y derecha, los labios sin bigote, las mejillas sin pelos. Los ojos eran grandes, muy dilatados y vidriosos. Las formas del cuerpo por lo que se podía adivinar eran perfectamente humanas y no se notaba ningún indicio de especie animal. Parecía un adolescente de 15 años, pero con los rasgos de un hombre. No era un enano. Toqué un brazo que estaba rígido y la figura estaba fría. La combinación (over-all) le cerraba el cuello estrechamente y lo mismo en las muñecas. Los pies estaban ligeramente apoyados sobre dos tubos fijados al piso sirviendo de apoyo. La combinación parecía estar hecha de cuero duro y estaba inflada en los hombros, dando al piloto el aspecto de un jugador de rugby. El hombre no estaba sujetado. La butaca era de una forma adecuada a su cuerpo y de un color rojo bermellón. Estaba soportado por un eje central. La caja negra que el piloto tenía delante de él parecía un tablero de a bordo, midiendo alrededor de 1 m de altura por 0,80 m de ancho, en el cual se veían dos ‘ojos de gato’, de esos que se ve en ciertos aparatos de radio. Por debajo de este tablero y un poco más arriba de los pies se veía una ancha banda horizontal con una aguja vertical y ciertos signos extraños que, sin duda, significaban números. A la derecha del piloto, un poco adelante del tablero se encontraba un disco semiopaco como una pantalla de televisión apagada".

“El espectáculo más impresionante era otros dos hombres idénticos, que yaciendo sobre dos amplias butacas confortables, de cada lado del piloto y contra la pared, parecían igualmente muertos. Ellos no estaban atados y no se veía ninguna correa".

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Interior del objeto supuestamente accidentado.

“Sus ojos estaban abiertos y aterrados, las bocas entreabiertas y un poco infladas. Pero, ¿por qué la tercera butaca estaba vacía?. Yo la toqué y constaté que era de un tejido muy suave. La desaparición del cuarto miembro de la tripulación, evidentemente salido dejando la puerta abierta comenzó a preocuparme. Mi atención fue atraída por dos regletas, de sección rectangular y de 4 cm de altura, colocadas sobre el piso y yendo del centro a la periferia, donde terminaban a cada lado de la puerta. Noté igualmente, encima de la caja de instrumentos de a bordo, una esfera transparente de 25 cm de diámetro rodeada de un anillo plano inclinado a 40º sobre la horizontal y parecido exactamente al planeta Saturno tal como se lo ve con telescopio. ¿Era un calculador automático de latitud o de colatitud?".

“Levantando los ojos, noté que la cabina no se continuaba por el techo sino que tenía en la junta con el techo un muy marcado relieve circular, con agujeros rectangulares de 60 cm de ancho y 20 cm de alto. Esta moldura perforada se repetía de la misma manera alrededor del piso. Un plafonnier (n: globo de luz, aplicado al techo) luminoso y parpadeando lentamente emitía una luz blanco-anaranjada. Pensé en ese momento que la energía de la máquina estaba todavía en acción y mil ideas me pasaron por la cabeza… un pánico loco se apoderó de mí y fue necesario un sobresalto de sangre fría para reencontrar mi calma. Di un último vistazo a la cabina y salí deslizándome sobre el borde rugoso de la campana. Apenas en el suelo, sufrí un vértigo y respirando de nuevo nuestro aire, me di cuenta entonces cómo el aire de la cabina era pesado y penoso para respirar".

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Impresión artística del platillo volador aterrizado.
“Furioso por no haber llevado conmigo mi máquina fotográfica, pensé en ir rápidamente a General Acha, localidad situada a cerca de 200 km. del lugar, para buscar algunos amigos ingenieros que allí se encontraban. Me apuré hacia mi coche y constaté que, contrariamente a lo habitual, el motor arrancó con mucha dificultad, funcionando apenas y dando la impresión que las baterías estaban descargadas a pesar de que estaba seguro que ése no era el caso. Una vez en marcha, todo comenzó poco a poco a volver a la normalidad a medida que me alejaba del aparato".

“Llegado a General Acha, me puse en contacto con mis amigos, a los cuales les conté la aventura. Después de haber sido convencidos con mucha dificultad, aceptaron acompañarme y nos decidimos a partir el día siguiente a la mañana temprano, porque era ya demasiado tarde para llegar de día. Partimos entonces al alba llevando una máquina Kodak Retina 2 con telémetro, pero, a causa de una violenta tormenta llegamos al lugar a las 12,45 horas. El cielo estaba cubierto a medias con cúmulos-nimbos sobre las montañas. Buscamos el aparato y no pudimos encontrarlo".

“Las expresiones irónicas comenzaban a mostrarse en el rostro de mis amigos, cuando llamó nuestra atención un montón de cenizas de aproximadamente 2 m de altura y 5 m de diámetro que se hallaba exactamente en el lugar donde había visto el platillo. Las cenizas tenían un color rojo plateado y humeaban ligeramente. Puse la mano y noté que la temperatura era de unos 40º C".

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Una de las dos fotografías tomadas por los testigos. Aquí la reproducida por el diario caraqueño.

“En este momento uno de nosotros levantó los ojos al cielo y observó un plato idéntico al que yo había visto, que nos sobrevolaba a una altura estimada en 600 m. Saqué inmediatamente una foto, en el momento preciso en que tomó altura. Sobre la nave se veía otro objeto en vuelo idéntico al primero. Y todavía más arriba, se veía un cigarro inmóvil a una cierta distancia de nosotros. Los dos platos se dirigieron hacia el cigarro en subida oblicua, inclinados hacia adelante en el sentido de su desplazamiento. En el transcurso de su aceleración los platos pasaron del color plata al color rosa. En algunos segundos los dos platos se reunieron con el cigarro, en el cual ellos desaparecieron e inmediatamente el cigarro arrancó a una velocidad fulminante que nosotros estimamos en 12.000 km./h".

“Caracas, 1º de noviembre de 1955.

Enrico Bossa”.


El artículo aparecido en Le Courrier Interplanétaire, en abril de 1956, finaliza con una nota al pie indicando que el autor de este informe, el arquitecto italiano de 44 años que firma como Enrico Bossa, pidió en esa ocasión no dar su nombre principal (Carotenuto) porque su vida ha sido muy dura en Argentina y Venezuela, y ha perdido uno de sus empleos “por haber creído en los platos voladores” (sic).

Según las otras versiones, durante una entrevista personal que mantuvieron el “Dr. B.” con González Ganteaume, durante algunas semanas el testigo presentó un estado febril o de alta temperatura y su piel estaba cubierta con ampollas. Aún cuando dice haber consultado a varios especialistas, ninguno fue capaz de formular un diagnóstico, ni aliviarlo, y esos síntomas se fueron después de un tiempo. También, habiendo usado anteojos al entrar al disco, le apareció alrededor de los ojos, en el contorno de las lentes, una marca roja. Un médico lo habría testeado con un contador para determinar si estuvo expuesto a radiación, pero no encontró vestigio alguno. No obstante -continúa- eran visibles en su piel manchas verdosas, las cuales desaparecieron con la aplicación de un medicamento

* En la década del setenta, Leonard H. Stringfield, un veterano investigador de Cincinnati dedicado a reunir pruebas de que el gobierno norteamericano tiene OVNIs y ocupantes en su poder, fallecido en 1994, publica en su libro Situation Red: The UFO Siege (eds. 1977, 1978) que el testigo se llamaba Enrique Caretenuto Botta, pero -acostumbrado a proteger la identidad de los testigos- hizo una variación del verdadero, sin mencionar que se trataba de un seudónimo, trayendo cierta confusión. Además, su versión basada en los informes que le habrían proporcionado H. González Ganteaume y el mismo testigo, en una carta de 1955 (ambos documentos extraviados en vida del ufólogo) no deja tampoco de introducir errores, imprecisiones y discrepancias.

La revisión del caso

El informe es realmente interesante, no sólo por su antigua data, sino también por el gran parecido hasta en los menores detalles a muchos otros casos reportados. Estos motivos han conducido a nuestro minucioso colaborador Richard W. Heiden, de Wisconsin, a rastrear desde 1981 todas las referencias posibles y reunir las noticias publicadas sobre el episodio argentino. Muchas de ellas han servido para este artículo. Algunos años después, el polemista ufólogo Willy Smith, de Florida, expuso ciertas contradicciones y detalles extravagantes del caso, proponiendo su estudio y discusión. En fecha más reciente, diciembre de 1996, Bruno A. Molon, de Indiana, junto a otros, vuelve a desarrollar y comentar el caso en un artículo para el MUFON UFO Journal, pero su única fuente parece haber sido una conversación con Stringfield.

Teniendo en cuenta que no existen referencias provenientes de Argentina, donde el incidente tuvo lugar, nos propusimos reexaminar el caso, conocer sus detalles e intentar aportar datos que sirvan para formarnos una opinión más firme sobre el asunto.

Ha sido preciso cotejar en primer lugar las diferentes versiones, las cuales prácticamente se reducen a las de Lorenzen, Stringfield (ambas, en parte, por vía de González Ganteaume), y Flachaire (por vía directa de Caratenuto Bossa). Desde luego, se dispone de otras fuentes, ofreciendo versiones ligeramente distintas, pero es probable que se hayan basado en aquellas (v.g.: F. Aniceto Lugo, H. Rocha). Todos estos investigadores tenían una opinión favorable respecto al caso, aunque no han cerciorado los datos más obvios, y defendían fervorosamente la idea que éramos visitados por una civilización extraterrestre[1]. Sólo el periodista londinense David Wightman, de la revista inglesa Uranus, parece haber advertido en aquella época las aparentes discrepancias del relato y ha señalado que el caso flaquea o es poco verosímil en algunos puntos.

A riesgo de cierto arbitrio, hemos concedido una prerrogativa al reproducir la carta dirigida por el testigo a la publicación suiza (traducida y presentada a sus lectores por M. Flachaire), confrontando con las otras versiones apenas fragmentos significativos, sin abundar en detalles. No obstante, al margen de gruesos errores, las contradicciones no provienen únicamente de ese cotejo, sino que aparecen en su propio contenido. Llamativamente, todas muestran la misma debilidad.

Sobre el testigo

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Libro del ufólogo venezolano H. González Ganteaume.
Se ha dicho que el arquitecto italiano gozaba de una buena condición social y reputación profesional, y un carácter serio y tranquilo. Pero, en realidad, a pesar de nuestros esfuerzos por conocer acerca de él y de su vida, poco se ha sabido hasta la fecha. Inclusive, se llegó a sospechar erróneamente que sería un personaje imaginario, inventado, sólo conocido por las cartas recibidas, una conversación telefónica y la información dada por el ufólogo venezolano H. González.

Para más, desde el anonimato inicial su nombre suscitó siempre confusiones, entre erratas y seudónimos (Botta, Bessa, Bossa o Botha, según las referencias). También parece evidente que, a pesar de haber ocurrido el incidente en Argentina en 1950, el testigo estaba residiendo en el exterior en la época en que su historia se hizo pública.

En efecto, en 1953 se fue a radicar a Venezuela. A consecuencia de un caso de humanoides en las afueras de Caracas ocurrido a fines de 1954, toma contacto con González Ganteaume y narra su historia, siendo entonces publicada por El Universal, de Caracas. En una carta escrita en “mal inglés” y dirigida a Leonard Stringfield, del 25 de octubre de 1955 (infelizmente extraviada en vida del veterano ufólogo norteamericano), le habría confiado: “debido a mi entrenamiento técnico, y a los hechos del incidente argentino, me he dedicado al estudio serio” (sic) del tema. El 1º de noviembre de ese mismo año, Carotenuto Bossa escribe a la revista suiza Le Courrier Interplanétaire un extenso informe relatando su extraordinaria experiencia. En 1956 compareció ante la “Assemblée Mondialiste Interplanétaire”, celebrada en París. Y en noviembre de 1957, habría estado en Texas por motivos de negocios, desde donde telefoneó a Coral Lorenzen.

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Leonard Stringfield, veterano ufólogo norteamericano.
El ufólogo Cristián Vogt nos ha comentado que, en los años sesenta, encontrándose en Caracas se dirigió a la representación diplomática de Suiza, ubicada en un edificio de oficinas y descubrió por azar que allí estaba la residencia de E. Carotenuto Bossa. En esa oportunidad aprovechó para conocerlo, pero su esposa le informó que su marido se hallaba ocasionalmente en Puerto Rico. Años después, Vogt regresó a Caracas y vuelto al edificio, observó que ya no figuraba más el nombre del arquitecto, despreocupándose por localizarlo. Con posterioridad, nada se supo de él.

Orientada nuestra búsqueda de datos acerca de su paso o estadía en Argentina, habida cuenta que -según manifestó Carotenuto- estuvo dedicado a un proyecto de construcción de viviendas, tras una minuciosa investigación (focalizada en los padrones municipales, diarios y revistas locales, y la consulta a viejos moradores, constructores e historiadores de la zona) comprobamos que no se conservan registros ni se tiene memoria de la presencia del arquitecto E. Carotenuto Bossa en General Acha, donde supuestamente habría estado trabajando. Tampoco en localidades vecinas. Ello resulta significativo pues, como se nos indicó, su estancia en esas pequeñas poblaciones no habría pasado desapercibida ni olvidada. A su vez, requerida información a los Consejos Profesionales de Arquitectura e Ingeniería de las provincias de Buenos Aires y de La Pampa, la consulta en los padrones también arrojó resultado negativo.

En un lugar de las pampas

Sin embargo, suponiendo que se trataba de un hombre culto, conocedor de la zona (puesto que habría estado trabajando durante un tiempo más o menos prolongado), su descripción del lugar debería ajustarse a la realidad y no habría dudas que, al menos, allí estuvo por esos años.

Recorriendo el texto de su carta hallamos datos aparentemente contradictorios relacionados con la geografía política y física de la región:

a) En primer lugar, señala que se encontraba “en la ciudad de Bahía Blanca, capital de la provincia de La Pampa”, lo cual es doblemente incorrecto. La provincialización del territorio nacional se efectúa recién en 1951 (La Pampa era por entonces Gobernación); y la capital es Santa Rosa, y no Bahía Blanca, que pertenece a la provincia de Buenos Aires[2].

b) Luego nos dice que empleó “una ruta de verano, no utilizable en invierno”. Sorteando la dificultad de establecer qué otros caminos pudiere haber utilizado, no parece necesario emplear rutas alternativas u opcionales por cambios de temporada (la invernal comienza en junio). Además, llama la atención que omita datos esenciales, tales como especificar cuál era la ruta, camino o senda, y la hora precisa del encuentro.

c) Siguiendo el texto, indica que “hay algunas piedras graníticas, y en el fondo muchas montañas de unos 1.000 m de altura”. Muy diferente al paisaje descrito, la gobernación o actual provincia de La Pampa se incluye en la prolongación de la llanura pampeana. Ofrece un relieve básicamente llano, en el que se alternan algunas formaciones medanosas, depresiones o bajos salinos, y suaves elevaciones. En la zona oriental se encuentran los valles y algunas lagunas con depósitos de sal y sulfatos. Los únicos afloramientos rocosos de La Pampa apenas superan los 500 m, y son de carácter basáltico (vale decir que no hay granito, ni alturas de 1.000 m). El sistema montañoso más cercano es el de Ventania, en la provincia de Buenos Aires, bastante lejos de allí para ser visto

d) Corotenuto Bossa dice que el incidente ocurrió cuando se encontraba “cerca de los 68º al oeste de Greenwich y a 37º de latitud sur”, después de haber “recorrido 280 km. desde Bahía Blanca”, y hallándose la localidad de General Acha a “cerca de 200 km. del lugar”. Ateniéndonos a estos datos, resultan totalmente inconciliables.

Dichas coordenadas están lejos de cualquier ruta, al oeste de la provincia, y a mucha mayor distancia de las localidades citadas (a más de 500 km. de Bahía Blanca y a casi 300 km. de Gral. Acha, medidas en línea recta), las cuales están distanciadas entre sí -según cartografía de la época- unos 264 km., siguiendo la principal ruta pampeana, la nacional nº 35.

La versión que nos ofrece L. Stringfield es discrepante. El episodio habría ocurrido a 64º longitud oeste de Greenwich y a 37º 45’ latitud sur, indicando que el testigo se hallaba conduciendo a unas 75 millas (120,7 km.) de su hotel. Localizado relativamente próximo a la ruta nº 35 y a General Acha, también encontramos dificultades insoslayables, pues las distancias tampoco concuerdan

Ajustándonos a esas coordenadas, se hallaría en una división de tierras, sobre un desolado camino de tosca (actual ruta provincial nº 20, “Dr. I. Amit”) que une Alpachiri y la nacional nº 35. Lugar donde se encuentra emplazada la escuela pampeana nº 190, única edificación existente a orillas del camino en más de cincuenta kilómetros.

En cambio, si el automóvil (posiblemente un Ford A modelo 1930) se desplazaba por la ruta nº 35, pudiere quizás estar situado entre las localidades de Epú Pel y Bernasconi. Pero esta composición es conjetural y, como se advierte, en ambos casos las coordenadas son inconsistentes.

Probable localización

Expuestos a un posible error de cálculo de las coordenadas por parte del testigo, adoptamos el criterio de reconstruir el presunto itinerario conforme a las distancias y relieve descrito.

Tratándose de una región provista de una limitada red caminera, las vías alternativas que condujeran a Carotenuto Bossa desde Bahía Blanca hasta General Acha, ofrecían pocas opciones. Desde luego, el modo más directo es mediante la ruta nacional nº 35. Pero Carotenuto dice haberse dirigido por “una ruta de verano”, quizá refiriéndose a los atractivos turísticos y no a las dificultades de tránsito, siendo probable que haya reiniciado el periplo por la ruta nacional nº 33.

Supuesto así, habría salido de Bahía Blanca hacia el norte (Gral. Acha se localiza al N.O.) por la ruta nac. nº 33, hasta A. Alsina (Est. Carhué), paralelo a las vías del Ferrocarril Sud (actual F.C.G. Roca), siendo notoria la presencia en ese tramo del sistema montañoso de Ventania, de 170 km. de longitud y alturas que alcanzan los 1.000 m, constituido por dos cordones bien definidos, sobresaliendo el granito entre las rocas de aplicación. Luego, dejando atrás el bello paisaje serrano, debió tomar al oeste por la ruta bonaerense nº 60, traspuesto el límite provincial -ahora ruta pampeana nº 18- pasando por Rivera y Macachín hasta Atreuco, después virado al sur por la ruta 3 (ex 2) hasta el empalme con la ruta nac. nº 35 en Abramo, y llegando por ésta a su destino final, General Acha. Una localidad de 5.000 habitantes situada a 216 m. sobre el nivel del mar

Sin admitir demasiadas variantes, una vez trazado el mencionado itinerario sobre la vieja cartografía, hallamos que a unos 280 km de Bahía Blanca se encuentra la localidad de Macachín, proximidades de la Estación Hidalgo, siendo su ubicación aproximada longitud 63º 65’ O y latitud 37º 15’ S[3]. Y a unos 200 km más adelante de este pueblo pampeano, siguiendo el antiguo camino, se llega a General Acha.

A pesar de la pobreza de datos, la visión que habría tenido Carotenuto Bossa, a la izquierda de la ruta, resulta concordante en algunos aspectos, aunque omita mencionar datos esenciales. Por ejemplo, el nombre del camino por el que transitaba, el de la localidad más cercana, y accidentes geográficos obvios, como la existencia de vías ferroviarias a metros de allí. Por el contrario, indica que desde el lugar del siniestro veía montañas, cuando lo único que existe en esa amplia región pampeana son montecillos de arena formados por la acción del viento.

Precisar el lugar donde habrían ocurrido los hechos narrados, no implica establecer su autenticidad. En todo caso, apenas pueda tornar posible que Carotenuto haya conocido la zona de la cual nos habla, sin soslayar todas sus desprolijidades, omisiones y contradicciones.

El día del encuentro

La fecha es también discrepante de acuerdo a las distintas versiones. Según C. Lorenzen el fantástico incidente se produjo un día de abril de 1950, para L. Stringfield tuvo lugar el 10 de mayo, mientras que M. Flachaire, en Le Courrier Interplanétaire, lo sitúa el lunes 15 de mayo de 1950.

Desestimando el impreciso dato de Lorenzen como una posible errata, la fecha correcta debía ser aquella que se ajustara a las condiciones del tiempo descritas por el testigo. Recuérdese que al día siguiente del hallazgo de Carotenuto -cuando decidió regresar a la mañana temprano- se desató “una violenta tormenta” que demoró su llegada hasta pasado el mediodía, arribando en momentos en que “el cielo estaba cubierto a medias”.

Al respecto, los diarios informaron que la lluvia iniciada el 14 de mayo abarcó una extensa zona del país y en menor escala el territorio pampeano. Cercana a la medianoche del 15 (fecha del hallazgo), “con intermitencias, comenzó a llover y al promediar la mañana (del 16), en algunos puntos cesaba la lluvia y comenzaba a aclarar el cielo” (Zona Norte, Grl. Pico, 15 y 16 mayo 1950, p. 1).

El cuadro era general en todo el territorio, inestable y lluvioso. La precipitación se extendía al oeste bonaerense. A las nueve de la mañana (hora en que Carotenuto debía estar circulando hacia el lugar del estrellamiento) General Acha y Macachín registraban 3 mm. de lluvia caída, aunque los niveles a esa hora alcanzaron en otras 26 mm. (La Reforma, Grl. Pico, 16 mayo 1950, p. 3).

En consecuencia, tomando las fechas contenidas en los relatos de Carotenuto y ateniéndose a las condiciones meteorológicas señaladas, sólo resulta aceptable el lunes 15 de mayo de 1950.

[1] González Ganteaume murió aferrado a la idea de que las nuevas generaciones recibirán la sorpresa de poder confirmar el hecho de que “seres inteligentes procedentes de otros planetas vigilan la Tierra” desde sus platillos voladores. Lorenzen no halló motivos para desconfiar que el hombre tuvo una extraordinaria experiencia. Stringfield fundó la sugerente Civilian Research Interplanetary Flying Objects, CRIFO. El editor de Le Courrier Interplanétaire, Alfred Nahon, había fundado la Association Mondialiste Interplanétaire destinada a prepararnos para futuros contactos con los visitantes celestes, provocada por nuestras irreflexivas experiencias atómicas, estimando que el gran número de platos voladores que han sobrevolado la Tierra, muestran que es inminente el contacto con una civilización extraterrestre

[2] Comentado a modo de curiosidad, en esas fechas un movimiento instaló en Bahía Blanca el debate para que esa ciudad sea capital de una nueva provincia, la que estaría constituida por el territorio de Río Negro y parte de La Pampa (La Reforma, Gral. Pico, 7 y 14 julio 1950). La idea no prosperó, pero con su provincialización, La Pampa pasó a denominarse durante algunos años Provincia Eva Perón.

[3] Macachín (alt. 140 m) es una estación del F.C. Sud en el ramal de Rivera a Doblas, en cuya proximidad se ha formado un pueblo que lleva el mismo nombre y es cabecera del departamento de Atreuco. Se trata de una región agrícola ganadera, aunque especialmente se explota la sal en el paraje llamado Salinas Grandes (estación Hidalgo, del F. C. Sud).

Es pertinente señalar que una de las alternativas para llegar a General Acha consistía en recorrer 192 km. por las rutas 18, 3 y 35 (pasando por Abramo), y otra era haciéndolo por las rutas 18, 35 y 152, un camino arenoso pero más frecuentado, pues permitía reducir la distancia a 112 km. (unas 70 millas).

“Los famosos platos voladores se acercan a La Pampa”

La compulsa de los diarios de La Pampa no permitió obtener información relacionada con el extraordinario evento. Diariamente, los periódicos publicaban una sección donde se informaba sobre el hallazgo de las piezas más insignificantes e inverosímiles, tales como una manija de automóvil o el aro de una rueda, pero del plato volador: nada.

Haciéndose eco de la ola producida en los Estados Unidos, el año 1950 fue en Argentina bastante prolífero en avistamientos, debido en gran medida a la notoria presencia de Venus, visto incluso en pleno día durante los primeros meses. En La Pampa hallamos en ese período tres informes:

Bajo el título que encabeza esta sección se conoció un caso producido en la mañana del 30 de marzo en el paraje Colonia Devoto, cercanías de Quehué, Dpto. Utracán, cuando varias personas vieron suspendido durante unos minutos un disco de gran brillo, que se alejó velozmente rumbo al noroeste (La Moderna, Gral. Acha, nº 189-190, marzo-abril 1950, p. 15). En la misma jornada, por la noche, en Ceballos, Dpto. Chapeleufu, un cuerpo extraño en el cielo provocó curiosidad en gran número de vecinos (Zona Norte, Grl. Pico, 1º abril 1950, p. 2). Y el 14 de abril, en Telén, Dpto. Loventue, los propietarios de una estancia Ángel y Salvador Erastorza aseguraron haber visto un plato volador (Zona Norte, Gral. Pico, 24-25 abril 1950, ps. 3, 1). Informes que, en apariencias, no han tenido incidencia ni conexión alguna con el episodio de Carotenuto.

Pero por esas fechas se recuerda el resonado episodio del estanciero Wilfredo Arévalo en Lago Argentino, quien habría observado el 18 de marzo un plato volador con sus ocupantes (La Razón, Buenos Aires, 13 abril 1950, p. 3). A pesar, nuestra investigación del singular caso reveló que ha consistido en una probable invención periodística.

Donde hubo platillo…

Después que el testigo tuvo su experiencia, pensó en ir rápidamente a buscar a sus amigos ingenieros. Aún cuando Carotenuto Bossa es una persona instruida y observa que se trataba de un accidente aeronáutico (presuntamente extraterreno, pero aeronave al fin), resulta inaudito no habérsele ocurrido informar de inmediato a las autoridades sanitarias o policiales sobre el siniestro. En Gral. Acha se hallaban tres médicos en el Hospital Santo Tomás, siendo su director el Dr. Ángel Barni, y la comisaría policial a cargo de José A. Chacón. En cambio, abandona el lugar (con o sin dificultades en el arranque de su automóvil, según las fuentes), y deja pasar las horas -pues la noche se avecinaba- esperando la luz del alba.

Al volver al día siguiente, y tras un sondeo por el lugar, Carotenuto y sus anónimos amigos encuentran “un montón de cenizas -color rojo plateado- de aproximadamente 2 m de altura y 5 m de diámetro que se hallaba exactamente en el lugar donde había visto el platillo”. Algunas versiones agregan que al tocar o recoger la sustancia, las manos de uno de los hombres se habrían tornado de indeleble coloración purperina, rojiza, por varios días.

Sin embargo, no ha llegado a nuestro conocimiento -como indica el mismo Stringfield- que Carotenuto haya presentado alguna evidencia material, o por lo menos una muestra de las cenizas como prueba de su descubrimiento. Algo que llama la atención, ateniéndose a la formación técnica del testigo y sus acompañantes.

Acerca del origen de esas presuntas “cenizas” de color rojo plateado pudiere sugerirse, con cierta imaginación, que se trata de los restos calcinados del plato volador. Curiosamente, observamos que en las inmediaciones se encuentran las Salinas Grandes de Hidalgo, una de las principales fuentes salineras del país, cuya cristalización produce en la superficie (período de afloración) un intenso y singular color rosa, por el desove de ciertas aves de la zona. ¿No serán acaso aquellas “cenizas” rojo plateadas descritas por Carotenuto coloreadas sales de sodio?. Difícil de admitir, la pregunta sigue en pie y posiblemente nunca pueda ser respondida, sin muestras de las intrigantes “cenizas” para examinar. Ni siquiera las fotografías que habría tomado de ellas, nunca divulgadas.

Las fotografías

Enrico Carotenuto Bossa ha sostenido -según González Ganteaume- que al día siguiente, cuando inspeccionaba el terreno junto a sus dos amigos, uno de ellos miró hacia arriba y divisó tres objetos. Uno tenía forma de ‘cigarro’ y estaba situado a gran altura, y los otros dos eran discoidales y más pequeños. Uno de los discos, de cerca de 10 m de diámetro, estuvo dando vueltas alrededor de los testigos, a unos 600 m de altura. Fue entonces cuando Carotenuto, provisto con una cámara Kodak Retina 2 con telémetro, comenzó apresuradamente a fotografiarle.

En total logró 5 o 6 impresiones, aunque -según refiere- sólo dos de ellas muestran el objeto con algún grado de nitidez. Al parecer, ninguna tomando referencias del paisaje.

Carotenuto dijo que él y sus compañeros debieron haber sido observados, pues los dos platos se dispararon hacia arriba y se unieron, como sumergidos, con el objeto de forma de ‘cigarro’. Después de haber recorrido una corta distancia, se tornó de color sangre, hizo un giro de 90º (u 80º) y desapareció en el espacio en pocos segundos, ascendiendo verticalmente. Carotenuto estimó la velocidad en aproximadamente 12.000 km./h

El investigador venezolano envió un negativo y dos reproducciones de las fotos a la organización APRO. Examinado el material en 1955, dictaminó que la fotografía era “genuina”. Sin embargo, cuando en junio de 1983 el ufólogo Richard Heiden visitó al director de la misma, L. Jim Lorenzen (fallecido en 1986), le comentó que a él no le había parecido muy buena fotografía, por tener una textura de fondo. Vale decir que se habría puesto tela o tapete detrás del modelo, o bien que la fotografía que vio fue copiada de otra reproducción mate.

La imagen es sorprendentemente idéntica, tanto por la forma como su perspectiva, a los famosos platos fotografiados por el legendario contactado George Adamski, en particular, con la nave venusina fotografiada en la mañana del 13 de diciembre de 1952, en Palomar Gardens, California (al parecer, una maqueta construida con un artefacto eléctrico casero y pelotitas de ping-pong). Como se recordará, Adamski sostenía haber protagonizado uno de los episodios más comentados en la historia de los platos voladores: el encuentro con un hombre oriundo de Venus

El contexto ufológico

Habiéndole señalado el parecido con la nave vista por G. Adamski, Carotenuto Bossa decía no acreditar en su historia, porque los seres que él vio estaban muy lejos de ser individuos altos, elegantes y rubios.

Sin embargo, las “coincidencias” van todavía más allá. La visión de la aeronave del espacio de forma de cigarro (nave nodriza) ingresando o expulsando platos voladores es la misma que aparece en una serie de fotografías tomadas por Adamski el 5 de marzo de 1951. Y hasta el desértico paisaje pampeano parece evocar al de California, donde habría tenido lugar el 20 de noviembre de 1952 el celebradísimo encuentro de Adamski. El paladín de esta corriente contactista murió en 1965 sin haber aportado -durante sus 13 años de contactos- una prueba física que avalase sus mentados encuentros y viajes interplanetarios con seres de Venus, Marte y Saturno.

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Fotografía de una supuesta nave venusina obtenido por George Adamski.

Aquellas imágenes fotográficas están reunidas en un libro que causó sensación, escrito por Adamski y Desmond Leslie, titulado Flying Saucers Have Landed (Los platos voladores han aterrizado), publicado en setiembre de 1953. Año en que el arquitecto italiano se fue a radicar a Venezuela. Por entonces, los diarios de Caracas -como El Nacional- reprodujeron la impresionante narración y las fotografías de Adamski.

En ese año, además, se estrenan varios filmes clásicos de ciencia-ficción, destacando It came from outer space (Venidos del espacio sideral), de Jack Arnold, donde se recrea el estrellamiento de un platillo y el hallazgo de su tripulante. El motivo argumental no era ajeno a los comentarios de la época.

En 1950 Frank Scully publicó su libro Behind the Flying Saucers (Tras los platos voladores), donde explicaba que había conocido a un magnate tejano del petróleo llamado Silas Newton que le habló de un colega suyo, al que llamaba “doctor Gee” y que, según él, sabía de fuente fidedigna que había tres platos voladores bajo custodia militar estadounidense, en cuyo interior fueron hallados dieciséis ocupantes muertos, que medían como un metro de altura[1]

Las historias resultan sospechosamente parecidas a la de Carotenuto Bossa, especialmente en lo que se refiere a las naves caídas y a los pequeños humanoides, aunque recién a mediados de noviembre de 1954 la prensa sudamericana se hizo gran eco del formidable relato.

Inmediatamente después, entre el 28 de noviembre y el 19 de diciembre de 1954, se produce en Venezuela una proliferación de informes sobre platillos y seres de baja estatura. Según Lorenzen, fue en el momento en que los diarios de Caracas dieron amplia cobertura a estas noticias, cuando Carotenuto Bossa decide contactarse con González Ganteaume y El Universal para narrar su experiencia, mantenida hasta entonces en absoluto silencio.

Desde luego que Carotenuto no pudo haber leído los libros de Adamski y de Scully antes de su experiencia, ocurrida en mayo de 1950. En ellos se encuentran descripciones detalladas de los platos voladores, de sus aterrizajes y de los ocupantes. Pero el caso del italiano no fue conocido sino hasta después que se difundieran ampliamente las obras citadas. Tampoco aporta pruebas de que su versión haya sido conocida por otras personas con anterioridad. Incluso, sus dos amigos permanecen en el anonimato.

Con frecuencia, las apariciones de estos fenómenos son inesperadas, imprecisas y no dejan ningún rastro material. Este caso no escapa a la regla. “Salvo raras excepciones -dice R. Clerquín-, los relatos de los testigos no tienen en común más que su falta de claridad y la impresión de irrealidad que de tales relatos se saca”. Las informaciones utilizadas aquí han sido, en su mayor parte, fragmentos de entrevistas y transcripciones de cartas del testigo a ufólogos que no irían a dudar de su experiencia.

Todas estas fuentes son de poca confianza, pues el control y la objetividad no están asegurados. De hecho, los investigadores han defendido enfáticamente el caso sin mediar siquiera una prolija y rigurosa exposición. Menos todavía un análisis crítico, amparado en la buena fe que les inspiraba ese “hombre culto y de buenos modales”, según González Ganteaume. Indudablemente, sin prescindir en lo más mínimo de las pasiones, los prejuicios y los intereses.

Es evidente que el relato presenta muchas lagunas, deliberadas omisiones e imprecisiones, en tiempo y lugar. La abundancia de detalles minúsculos contrasta con la pobreza de datos esenciales. Incluyendo también versiones del mismo hecho contradictorias e inconciliables.

Aún cuando no hemos hallado a la fecha datos sobre la presencia del protagonista en el territorio de La Pampa, es probable que alguna vez haya estado en el lugar, pero de allí a asegurar que lo relatado es verídico es mucho por decir.

La falta de evidencias que sirvan para su probanza, tales como fotografías de primera generación, muestras de las cenizas u otros testimonios que avalen sus manifestaciones, jamás reportados, no favorecen la credibilidad del relato. Por el contrario, despiertan algunas sospechas. Ubicándose el lugar del accidente cerca de la ruta y aún considerando que la región está poco habitada, parece increíble pensar que nadie ha pasado por allí durante largas horas. Además, no hay quien haya visto siquiera el sobrevuelo de los platos en pleno día, ni hallado los supuestos restos calcinados.

La semejanza con la astronave adamskiana y con los hechos descritos por F. Scully merece cierta atención. Precisamente, el caso de Carotenuto Bossa viene a combinar la imagen más popular del platillo (creación de Adamski y emulada en otros fraudes) y uno de los relatos ufológicos más rimbombantes de los años cincuenta. Ambos no demorarían en convertirse en material para dos de los libros más vendidos. Sin embargo, Carotenuto pretende situar el incidente de las pampas argentinas en mayo de 1950, esto es, antes que se conocieran las proclamaciones de Adamski y las denuncias de Scully. Pero no aporta la mínima evidencia de que su experiencia haya sido revelada antes de 1954, mientras aquellas eran difundidas mundialmente.

Sería lícito pensar, pues, que Enrico Carotenuto Bossa pudo haberse inspirado en la novelesca literatura platillista de los citados autores, recreando las imágenes y narraciones fantásticas. Puede que la verdad última del caso jamás sea escrita, sino, entre los sucesos que tienen más de maravilloso que de histórico o real.

Referencias sobre el caso, citadas en el artículo:

El Universal, Caracas, Venezuela, 7 mayo 1955.

The APRO Bulletin, Alamogordo, New Mexico, august 1955, ps. 1/3.

M. Flachaire, “Un atterrissage d’astronef en Argentine”, en: Le Courrier Interplanétaire, Lausanne, Suiza, nº 15, Pascua 1956, p. 2.

Lorenzen, Coral E. “The reality of the little men”, en: Flying Saucers, Amherst, Wis., december 1958, ps. 26/34.

Rocha, Hugo. Outros mundos, outras humanidades. Editora Educacao Nacional, Porto, Portugal, 1958, ps. 305/310.

Stringfield, Leonard H. Situation red: The UFO siege. Sphere Books Ltd., London, 1978, ps. 93/96.

Aniceto Lugo, Francisco. Los visitantes del espacio. Ed. Orión, 4ta. edic., México, 1978, ps. 133/140.

Flying Saucer Review, Maidstone, Kent, Inglaterra, 26:6 (1983), p. 24.

Smith, Willy, “L’ affaire Botta”, en: Lumieres dans la Nuit, Sommière, Francia, nº 265-266, juillet-aout 1986, ps. 28/29.

Molon, Bruno, R. Elkin and J. Blondet, “The Argentina encounter”, en: MUFON UFO Journal, Seguin, Tx., nº 344, december 1996, ps. 15/17.

Bibliografía temática consultada:

Scully, Frank. Behind the flying saucer. Henry Holt and Co., New York, 1950.

Leslie, Desmond & George Adamski. Flying saucers have landed. T. Werner Laurie Ltd., London, 5th. impr., November 1953.

Vogt, Cristian. El misterio de los platos voladores. Edit. La Mandrágora, Buenos Aires, 1956.

Evans, Hilary and Dennis Stacy, edit. UFOs: 1947-1997, From Arnold to the Abductees: Fifty years of flying saucers. John Brown Publishing Ltd., London, 1997.

Otras fuentes:

A fin de reconstruir la situación geográfica del territorio (física y vial), hemos consultado numerosos atlas de la Rep. Argentina de aquella época, provenientes de la Dirección Nacional de Vialidad, Instituto Geográfico Militar y Automóvil Club Argentino, entre otros. Asimismo, recurrimos a la Biblioteca Nacional en Buenos Aires para la compulsa de diarios y revistas, al Archivo Histórico de la Dirección de Cultura de La Pampa en Santa Rosa para la variada documentación histórica, a las Municipalidades de General Acha y Macachín para el registro de obras y catastro, y a diversas bibliotecas populares de la provincia.

Debemos mencionar también a quienes brindaron valiosa información desde un amplio conocimiento histórico y geográfico del lugar. Entre ellos, los Sres. Néstor Ayola y Amado Rodríguez (Macachín), Raúl Suárez (General Acha), y Walter Cazenave (Santa Rosa).

Una mención aparte merece el ufólogo Richard W. Heiden, de Wisconsin, quien ha contribuido en la compilación de artículos y otras referencias sobre el caso.

Nota: Si alguno de nuestros lectores dispone de una copia de la fotografía lograda por Carotenuto Bossa de mejor calidad, así como de información complementaria sobre el caso, el autor agradecerá que le sean enviadas.
[1] No se aportaba ninguna prueba, pero fueron vendidos más de 60.000 ejemplares del libro de Scully, quien tomó por buena la historia que le contaron dos veteranos estafadores. Dos años más tarde, J. P. Cahn condujo una investigación exhaustiva, publicada en la revista True (setiembre 1952), desenmascarando al “doctor Gee” como Leo Gebauer, quien se hacía pasar por un científico del gobierno norteamericano, experto en magnetismo, y a Silas Newton, por un acaudalado petrolero texano. Revelando los historiales penales de Newton y Gebauer, señaló que los propósitos del asunto consistían en un artilugio para descubrir petróleo, siendo uno de sus frutos más tempranos -como ardid para atraer potenciales inversores- un aparato magnético de origen extraterrestre. Para Karl T. Pflock, todavía existen aquellos que toman esta historia seriamente para no mencionar que existen varias transmutaciones de la misma (cit.: MUFON UFO Journal, july 1997, nº 351, p. 16) 

http://www.visionovni.com.ar/modules/news/article.php?storyid=923

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